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El revanchismo, que en los tiempos en que vivimos describe una actitud política centrada en la búsqueda de una venganza que, de paso, nos permita recuperar algo perdido y que se aprecia en distintos planos, es lo que le permite al corresponsal italiano de Asuntos Globales de El País, Adrea Rizzi, explorar las tensiones geopolíticas y sociales actuales en su obra “La era de la venganza”.
Esto no solo explicaría los anhelos de reconquista geográfica de Rusia frente a Ucrania y Georgia, de China con Taiwán, de Azerbaiyán con el Nagorno Karabaj o de Hamás con Palestina que señala Rizzi, sino las ideas expansionistas de Estados Unidos con Groenlandia, Canadá y el golfo de México, y las de recuperación o ampliación del control político que China busca frente a Hong Kong, el Tíbet y su denominado mar del Sur, y las de ambiciones que vienen desatando las tierras raras y el deshielo del Ártico.
El Brexit, fundamentado en la añoranza de un control económico y cultural que no tenían claro, fue la clave de su éxito y un ejemplo representativo de esta tendencia reivindicativa que, en el plano social, rememora aspiraciones tanto legítimas como ilegítimas, por ejemplo, empleos estables que permitan endeudarse y adquirir viviendas o recuperar los privilegios de los hombres frente a las mujeres.
El autor, recordando a Marcel Proust, explora la subjetividad y la percepción individual del mundo evocando glorias y protagonismos que lucen como promesas de progreso que no encajan con las realidades colectivas y que generan el pulso no resuelto entre potencias y clases sociales. Estas dos corrientes, que “arrastran, enturbian, enfervorizan, engañan,” agitan todo y son la principal amenaza que enfrenta, en nuestros días, la democracia y los derechos humanos. Entiende que generan una fuerza centrífuga que crea un vacío en el centro de racionalidad, espíritu crítico, diálogo y pragmatismo.
De ahí que prosperen fácilmente las nada recomendables corrientes que terminan en “istas”: imperialistas, nacionalistas, populistas, partidistas y mesianistas, que coexisten con un nihilismo que niega valores y “que aprovechan tiranos, demagogos y oligarcas a costa de la democracia”.
Era de la revancha en la que los regímenes autoritarios y las fuerzas nacionales populistas terminan por interactuar y retroalimentarse, incluso de forma involuntaria. Rizzi resalta esta sintonía ideológica favorecida por el ultraconservadurismo que explica por qué Viktor Orbán, al mismo tiempo que sabotea las sanciones europeas a Rusia, vota en contra de los aranceles europeos a los vehículos eléctricos chinos ¿agradecimiento del presidente húngaro a las significativas inversiones chinas en su país?
Este remolino colosal que, en palabras del autor, “succiona hacia un abismo oscuro” cuenta con ejemplos tan sorprendentes como que un 40% de la capacidad de producción de coches Tesla, compañía de Elon Musk, está ubicada en una planta en Shanghái desarrollada con préstamos del sector financiero chino por valor de US$1.400 millones en condiciones de favor, lo que establece un significativo nexo entre Pekín y una de las figuras que más contribuyó al regreso de Trump al poder. Por su parte, la cercanía de Musk con Putin favoreció que este último le hiciera un favor a Xi evitando que se activara el servicio de internet satelital Starlink en Taiwán.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente