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Analistas 17/02/2022

Ser liberal

Eduardo Verano de la Rosa
Gobernador del Atlántico

Colombia atraviesa por una grave crisis política en que los extremos ganan cada vez más terreno. Los discursos están llenos de odio, de caricaturizar como un villano al que piensa diferente y, sobre todo, pretenden levantar un falso muro que divide a los ciudadanos entre “buenos” (quienes los apoyan) y “malos” (a quienes los cuestionan). Una sociedad así está condenada al fracaso.

Lo más preocupante es que la degeneración ha llegado a tal punto que la moderación es confundida con debilidad y se le llama “tibio” al que se rehúsa a seguir sin cuestionar al “mesías” de turno. Esto no puede seguir así. Colombia merece mucho más que esta confrontación absurda. Los que nos consideramos liberales debemos dar un paso al frente, levantar la voz y decir con claridad que un país mejor sí es posible; que necesitamos cambios -claro-, pero que esos cambios son mucho más que frases que ganan aplausos fáciles, pero que esconden ese nocivo populismo que promete imposibles para luego defraudar a quienes los eligieron.

En todo escenario tan preocupante que vivimos, están quienes pretendiendo defender las banderas de la anticorrupción, señalan a los partidos políticos como maquinarias corruptas. Y claro: no se trata de hacer un acto de expiación y negar la corrupción que ha existido en todos los partidos, independiente de su orientación.

Se trata de entender un principio muy simple: la democracia representativa necesita ser representativa, una cosa que suena obvia pero que no lo es. En un país en el que conviven 50 millones de personas, la representación es fundamental para poder gestionar las diferencias, para encontrar soluciones, para trazar una línea común que nos permita coexistir, incluso, a pesar de cualquier diferencia. Esa es la fórmula de una sociedad y de un Estado democrático: la capacidad de sobreponer el diálogo sobre la guerra; y ese diálogo solo funciona cuando la representación es organizada y transparente.

Enfilar la batería dialéctica atacando los partidos es una tremenda equivocación y demuestra falta de grandeza; de “sentido de Estado” decía Churchill. Colombia necesita una opción liberal que esté orgullosa de serlo. Una opción que ponga a los ciudadanos -especialmente a los más necesitados- como prioridad. Una opción que vuelva a hablar de educación para la competitividad, de acceso universal a la salud de calidad, de infraestructura moderna para conectar la ciudad y el campo, de protección del aire, del agua y de todas las formas de vida. Una opción que ponga en el primer lugar de la agenda una transformación profunda del Estado para descentralizarlo, desburocratizarlo y lograr que cada región tenga una autonomía que le permita desarrollar un camino para explotar sus propias ventajas y atender sus propias necesidades sin tener que mendigar ayudas en el escritorio de un funcionario en Bogotá.

Ser liberal hoy es un acto de responsabilidad histórica. En su momento, cuando la historia de Colombia la escribían las espadas y las guerras, un liberal -Francisco de Paula Santander-, nos dejó claro que “las armas nos dieron la independencia y las leyes nos darán la libertad”. En pleno 2022, no podemos ser inferiores a la responsabilidad histórica que tenemos y ver, como actores de reparto, cómo el país se desmorona, las familias se dividen y la sociedad se enfrenta entre hermanos.

Ser liberal se trata de ser capaz de decirle al país que sólo lograremos la mejor versión de Colombia si cada uno pone de su parte. Y eso, implica construir la unidad con grandeza; no agitar la bandera de la división que puede generar aplausos -y hasta votos- pero que nos roba el futuro.

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