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Analistas 28/03/2018

Juicio a Jesús y la democracia

Eduardo Verano de la Rosa
Gobernador del Atlántico

La Semana Santa es una excelente jornada de recogimiento y reflexión para dedicarse a pensar cómo hacerle bien al prójimo y reducir los males que aquejan a la humanidad. La idea del bien y de la excelencia en el amor a la humanidad es el sello imborrable que Jesús nos dejó como herencia y debe ser la guía en la vida privada y pública de todo cristiano. En el espacio público son ideas-fuerza. La política debe guiarse por ellas.

La conducta de Jesús -la privada y ante todo la pública- constituye un modelo de vida, digno de imitar. Su respeto a las leyes y al orden público fue ejemplar y debe emularse para vivir en seguridad y paz. No existe ni puede existir seguridad y orden para la paz si no se tiene un profundo respeto a las leyes y a las autoridades estatales. “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” fue la contundente respuesta que él dio cuando le preguntaron si debían pagarse impuestos al emperador.

Su postura ante el juicio, tortura y pena capital injusta es la enseñanza de cómo deben ser obedecidas las leyes y las sentencias judiciales; incluso, las injustas. Igual que Sócrates en la Atenas del siglo V, antes de Jesús, su fidelidad a la ley es digna de imitar, en especial, en una nación, como la nuestra, que poco respeto tiene a las leyes y al orden. La crucifixión y la democracia es el título de una inteligente obra del ex presidente del Tribunal Constitucional italiano, Gustavo Zagrebelsky. En esa obra se examina la decisión de Pilatos de someter, a votación de la muchedumbre, la suerte de Jesús y Barrabás. Es conocido que la gente salvó a Barrabás.

Se enseña que la voz del pueblo es la voz de Dios y que eso es la democracia. Una atestación de la muchedumbre no puede ser disfrazada como algo democrático, lo dice con juicio, Zagrebelsky. La democracia no puede ser la manipulación a la muchedumbre. El autor recuerda: “El pueblo que grita ‘¡crucifícale!’ es el paradigma de la masa manipulada”. La democracia no es manipulación ni instrumentalización del individuo para transformarlo en masa, por el contrario, es deliberación en el espacio público acerca de razones de buen gobierno en un ambiente de pluralismo, tolerancia y paz.

Son reglas de juego formales y sustanciales, cívicas y políticas. La democracia requiere que el ciudadano delibere en forma libre y voluntaria. Tal deliberación implica un cruce de razones en un espacio en el que el ciudadano no sea constreñido y menos manipulado. La creación de alternativas políticas malignamente concebidas en un debate electoral no puede ser aceptada en una sociedad democrática. La manipulación política debe ser castigada.
Lo ocurrido con Jesús o Barrabás, así como lo hizo Pilatos, no puede ser un modelo de política democrática en una nación civilizada. En la democracia está prohibida la política que transforma al ciudadano en muchedumbre. La voz del ciudadano manipulado no es la del pueblo y menos la de Dios. La pérdida de la voz del ciudadano es la que se expresa en la masa. El ciudadano instrumentalizado pierde su libertad política y termina siendo un hombre-masa.

Esta es una enseñanza que debe extraerse del juicio a Jesús y su conducta, que nunca permitió ser convertido en hombre-masa. El respeto a las leyes y a las reglas de juego es democracia. Por lo que, en estos días de reflexión cristiana, no debemos eludir nuestra responsabilidad política de defenderla. El corazón de la democracia es el hombre libre que participa en condiciones de libertad política.

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