Respetado amigo, constituyente y ministro:
Al lado de una diversidad de dirigentes con distintas visiones políticas y culturales, ayudamos, usted y yo, a expedir, con mucha ilusión, una Carta Política que estableció la posibilidad de un Estado territorialmente más justo, al menos con ideales superiores al heredado de la autoritaria y centralista Constitución de 1886.
En ese escenario fue posible establecer, por ejemplo, la autonomía indígena, institucionalizar la participación ciudadana y abrir el camino para una Colombia articulada e integrada por Regiones Autónomas.
Veintiún años después, debemos reconocer que la autonomía indígena es poco menos que un mito y que la participación ciudadana ha tenido un desarrollo del tamaño de su efectividad (es decir, ‘pocón’, ‘pocón’) y en aquello que se ha practicado -con limitaciones, pero se ha practicado- como el procedimiento de las consultas previas, hoy, representantes del gobierno se ocupan más de tenderles un manto de dudas y cuestionamientos que las presenta como piedras en el camino al desarrollo o como un paquete sin contenido.
La regionalización del país NO ha sido posible. Varias reformas al texto constitucional la hacen hoy prácticamente inviable. En lo único que se ha avanzado -y todavía no tengo claro para qué- es en una vacía Ley de Ordenamiento Territorial que no pasa de ser un canto a la bandera, lejos de convertirse en un instrumento que impulse el cambio en la estructura del Estado.
Por estas circunstancias, hoy más que nunca, el espíritu pluralista y autonomista que se manifestó en la Asamblea Constituyente necesita ser rescatado y fortalecido en bien de la unidad nacional. Esta aspiración no puede ser sustituida ni limitarse a las visitas del gobierno central para diálogos “francos y maduros” con los gobernantes locales, como usted lo dice en columna de prensa publicada en fecha reciente.
Se requiere de verdad la construcción de un Estado Regional, como anhelan voceros en todo el país. El Voto Caribe dio la señal de lo que debemos lograr: un Estado con Autonomías Regionales, propuesta que está recibiendo un respaldo cada vez más numeroso en todo el país.
Usted lo ha dicho: “la regionalización es insustituible,” pero no se le permite avanzar. Y el método preferido por los centralistas de todos los tiempos es trastocar significados e imprimirle ambigüedades a las palabras, con significados ajenos al espíritu del lenguaje.
Por ello, y aunque usted comunica lo contrario, hay que “re-significar la descentralización”, pero no para significar más de lo mismo y menos de lo que las comunidades territoriales sueñan: la re-significación de la descentralización no pude ni debe apuntar a recomponer y reafirmar un centralismo anacrónico, poco democrático que no responde a los más acuciantes problemas de la nación colombiana: la pobreza, la exclusión, el desarrollo ofensivamente desigual, la disparidad entre las regiones de la patria, la sostenibilidad ambiental, el desarrollo de la infraestructura vial y portuaria e incluso, ha sido incapaz de conservar la competitividad de su hija predilecta por más de un siglo: la región cafetera.
Nadie sensato puede aceptar la corrupción. Ella debe ser combatida con ahínco, pero, no puede ser la justificación para detener la reformulación del Estado en regiones autónomas basándose en el prejuicio de la ausencia de pulcritud y transparencia en el manejo de la cosa pública en los niveles subnacionales de gobierno.
Hoy no se sabe dónde es peor la enfermedad y ciertamente, el nivel nacional de gobierno no puede “lanzar la primera piedra”. Se trata de dos temas apartes: uno, reformular el Estado desde las autonomías regionales; dos, bregar en la lucha contra la corrupción pública y privada.
Usted es un autonomista, así lo recuerdo claramente en la Asamblea Constituyente del 91, por eso lo invito a que hagamos realidad el espíritu de la Carta Magna que ayudamos a construir. El derecho a soñar, como el derecho a la esperanza es una obligación que se ejerce cada día. Mis sueños siguen siendo los mismos.