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Analistas 25/05/2019

Sin rumbo definido

Edgar Papamija
Analista

Dos nuevos campanazos de alerta deben llamar la atención de quienes dirigen la economía que pareciera no ven sino lo que quieren ver o lo que les conviene. El Dane confirma la caída del crecimiento en el primer trimestre, pues solo llegó al 2,8%, llevándose de contera las expectativas de casi todos los organismos nacionales e internacionales que esperaban un guarismo superior al 3%. Estas cifras ponen en duda un crecimiento anual por encima del 3,5%.

De otra parte, las Calificadoras de Riesgo muestran la inestabilidad de nuestro comportamiento económico que envía señales contradictorias. Mientras Moody’s pasa la perspectiva de negativa a estable, Fitch la baja de estable a negativa por el temor a un déficit fiscal creciente, que no podrá corregirse, en la medida en que entren en juego los efectos de la reforma tributaria que recortó los impuestos a las grandes empresas, y por la montaña rusa en que nos montó Carrasquilla moviendo la regla fiscal. No lo anota la Calificadora, pero no cabe duda de que la zozobra y el telúrico comportamiento de la política genera inseguridad y cautela en los agentes económicos.

El dinamismo de la economía no se reactiva. La construcción es tal vez el sector más afectado por las medidas del Gobierno que frenó la demanda por la eliminación de estímulos a los compradores de vivienda y por la falta de confianza del consumidor. En este campo, el índice de Fedesarrollo mostró una abrupta caída de más de 10 puntos, volviendo al sector negativo de los últimos meses.

Preocupa enormemente la poca disposición del actual Gobierno para corregir su rumbo. El país, contrario a lo que pudiesen imaginar los que ven fantasmas de izquierda por todas partes, parece fatigado con la falta de liderazgo del presidente Duque y la excesiva interferencia del jefe del Centro Democrático que pareciera empeñado en sacar su agenda política por encima del interés nacional. El afán de cobrarle a Santos la firma del pacto de La Habana nos está llevando, a la manera gardeliana, cuesta abajo en la rodada. Nada satisface el deseo mórbido de borrar todo vestigio de la era Santos.

El exfiscal Martínez, acomodado al nuevo Gobierno, adoptó una actitud complaciente que no se compadecía con la dignidad del cargo y montó un sainete, para salir por la puerta trasera, usando su manido recurso de renunciar, a punto de ser llamado por la Corte. Leonardo Espinosa, el exfiscal ad hoc y Eduardo Montealegre, su antecesor, formularon serios y graves cuestionamientos a Martínez, agregando un sabor amargo a su despedida.

El episodio Santrich, manejado torpemente, deja el mal sabor de cortina de humo y chivo expiatorio. No estoy insinuando que sea inocente, pero el Gobierno no puede gastar tanta energía para satisfacer bajos apetitos disfrazados de nobles propósitos. Hablar de equilibrio y de defender la institucionalidad no hace honor a sus actuaciones. No brilla ni por lo uno ni por lo otro. La institucionalidad se rescata respetando la independencia de poderes, permitiendo que actúen, y aceptando los fallos de la Justicia sin usurpar ni tomar por asalto las funciones de jueces y tribunales.

El acuerdo nacional no tiene pies ni cabeza porque carece de la generosidad y la amplitud que requiere una cruzada por la unidad. Falta liderazgo para corregir el rumbo, calmar las aguas de la política y reorientar la economía. Urge estimular la producción para exportar, espantar el fantasma de la inequidad y el desempleo, y para blindar nuestra fragilidad frente a la conmoción externa.

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