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Analistas 11/11/2017

Colombia debe mirar al Cauca

Edgar Papamija
Analista

En el departamento del Cauca hacen crisis todas las crisis que sufre el país. El que fuera el más extenso de Colombia tiene en la actualidad 3.050.900 hectáreas que representan el 2,5% del territorio nacional. A una alta concentración de la propiedad y a la pobreza que está por encima de la media nacional se suman los problemas étnicos en la disputa por sus territorios.

Según el Dane, mientras la pobreza en el país pasó de 28,5% en 2014 a 27,8% en 2015, en el Cauca pasó de 54,2% en 2014 a 51,6% en 2015. La pobreza extrema triplica los guarismos nacionales. En el Cauca pasó de 25,5% en 2014 a 24,0% en 2015, mientras en el país pasaba de 8,1% en el 2014 a 7,9% en el 2015. Es el quinto departamento en población rural. De 1.268.937 habitantes, 60% vive en el campo frente al 25,7% que es la media nacional, siendo 21% indígenas y 22% afro descendientes.

Según el Instituto Geográfico Agustín Codazzi, el Cauca tiene una gran diversidad de suelos, pero su destinación actual es totalmente inadecuada para lograr niveles importantes de productividad agropecuaria o agroindustrial. Más de la mitad de sus suelos no tiene vocación productiva, pues el 36,41% se debería destinar a la “conservación” y un 25,11% adicional se debería destinar a “producción y protección forestal” y solo el 2% de los suelos del Cauca tiene vocación de pastoreo extensivo, actividad que cubre más de 30% con más de 245.000 reses. A lo anterior hay que agregar la carencia de infraestructura y las precarias condiciones de servicios públicos que hacen poco atractiva la inversión y los emprendimientos de alto rendimiento.

En este escenario, florecen todas las tragedias nacionales: grupos ilegales, minería ilegal, narcotráfico, micro tráfico, desempleo, bandas criminales, deforestación agresiva, crímenes ecológicos como los que acabaron con el río Sambingo y produjeron la avalancha de Corinto, y una violencia política que ha azotado y sigue azotando esta flagelada región de la patria donde la corrupción campea como la fresa que corona el postre.

El país no puede seguir ajeno a los problemas sociales de ese departamento pues lo que no han entendido el sector privado y el Gobierno es que esas manifestaciones de protesta social que se presentan de tarde en tarde y que afectan a los caucanos, son problemas estructurales de profundas raíces históricas, producto de un régimen social injusto con sectores secularmente marginados y olvidados del Estado. El problema indígena del Cauca no se puede simplificar ni reducir a un problema de orden público. Sucesivos gobiernos y funcionarios en trance electoral han actuado irresponsablemente y han estimulado la protesta ofreciendo soluciones transitorias e incumpliendo pactos, siempre aplazando inversiones para que respondan los que vienen atrás, sin tener el coraje de sentarse a la mesa, no para negociar el desalojo de la Panamericana, sino para concertar planes y proyectos con los indios, los negros, los mestizos, los industriales y con todas las fuerzas vivas, en un proceso incluyente que reconstruya el tejido social, elimine populismos de toda pelambre y emprenda el desarrollo sostenible que hoy no se avizora por parte alguna.

Mientras Colombia siga creyendo que ese problema es exclusivo de los caucanos, la protesta social seguirá incubando un conflicto de grandes proporciones que puede desbordarse, si no hay decisión política para no seguir aplicando paños de agua tibia a un desajuste estructural que exige soluciones integrales del Estado colombiano.

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