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ANALISTAS 31/01/2021

Los seres queridos

César Mauricio Velásquez O.
Periodista y profesor universitario

Las personas que cuidan la limpieza de las calles y los jardines tienen una mirada diferente. En este tiempo de Covid, incertidumbre y sufrimiento he podido ver y hablar con doña Margarita, encargada del aseo público en el vecindario.

El tapabocas que ella usa no le impide saludar con amabilidad y mirar con simpatía. Es una joven madre, siempre bien puesta y concentrada en su trabajo que, según ella, “valoro como una oportunidad de servir a la ciudad y seguir luchando, mucho más en estos momentos duros y difíciles“.

La prolongación de la pandemia, así como las consecuencias personales y sociales de las medidas restrictivas que cambian hábitos y rutinas, no pueden terminar en un simple análisis económico y adaptación al trabajo online.

La muerte y enfermedad de seres queridos, familiares, amigos y colegas duele en el alma, es algo profundo que aún la ciencia no logra consolar. Se requiere disponer de recursos interiores y espirituales para que el dolor y el miedo, en tiempos de pandemia, no agoten el buen espíritu.

Somos más de lo que se alarga entre un sombrero y unos zapatos, decía el poeta Whitman. Tal vez la pandemia nos está llevando a consideraciones esenciales sobre el sentido y destino de la vida. Defender la dignidad de cada persona, así como el amor auténtico y su fuerza compartida nos lleva a descubrir personas queridas, como doña Margarita, capaz de construir confianza con el trabajo bien hecho y una mirada afectuosa.

Los seres queridos se descubren cuando miramos con amplitud, comprensión y aire nuevo. El acostumbrarse a los demás, bien sea en el entorno familiar, laboral o social, limita el crecimiento personal e impide ver la vida con nuevos ojos. La permanente ansiedad que impone la sociedad del consumo, así como el miedo que paraliza y deprime, pueden ser enfrentados con una sincera preocupación por los demás, en especial por los seres queridos que padecen dolor, temor y frustración. Llenarse de paciencia consigo mismo y con los demás es un buen aporte.

Conocer y valorar la nobleza del ser humano es camino para identificar a nuestros seres queridos. Es un hallazgo virtuoso, una apuesta por el compartir generoso y una oportunidad para ayudar y agradecer a quienes nos han acompañado desde la familia, el barrio, el trabajo y tantas encrucijadas de la vida.

El denominado reseteo de la población por causa del virus, no es simplemente contar quienes mueren y quienes viven, es un gran momento para redescubrir la dimensión humana y espiritual de los seres queridos, esto supone un proceso de conocimiento personal, con defectos y limitaciones, capaz de admirar lo positivo de los demás.

Dar gracias a quienes nos han ayudado es una manera de fortalecer el alma. Pedir perdón y reparar lo destruido es otra manera de disponerse a ser valorado como un ser querido. En este proceso despuntan las almas de familiares y amigos. En la última semana, la partida de seres queridos como el ministro Carlos Holmes Trujillo y Julio Roberto Gómez, nos interpelan sobre el sentido de este trasegar y su fin.

Un bálsamo a la hora del dolor y de la muerte es el amor atesorado, la caridad genuina, no simplemente los logros alcanzados y los tesoros acumulados, porque en la tarde de la eternidad, dice san Juan de la Cruz, seremos juzgados en el amor.

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