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Comienzo por el final: recomiendo la lectura de la Encíclica Laudato si, del papa Francisco, escrita hace cinco años. Es una de las más leídas en la historia de la Iglesia y contiene propuestas certeras sobre el medio ambiente y el futuro del planeta.
Nuestra existencia en la tierra nos plantea una responsabilidad compartida, a veces debilitada por falta de conciencia social, divisiones ideológicas o voracidad económica. Una visión sin amplitud, egoísta, propia de la baja política mediática, sin esencia y sin camino común de convivencia y protección.
La responsabilidad social y compartida, parte del reconocimiento de la integridad del ser humano y se consolida en la sociedad civil, en la que todos nos debemos sentir responsables de todos. En la que prevalece la persona humana, no como un depredador o destructor.
No es justo generalizar en contra del género humano. Viéndolo como el enemigo de la creación. Esta visión es equivocada y aprovechada para destruir su propia existencia y abrir espacio al maniqueísmo moderno que pregona: aquí los puros y allá los sucios; aquí los ángeles y allá los demonios; aquí los decentes y allá los indecentes. Una peligrosa visión que está incubando nuevos totalitarismos.
Es una tendencia que da origen a falsos moralismos, por ejemplo: el abandono de niños y ancianos enfermos y la excesiva protección de mascotas que terminan viviendo más y mejor que muchas personas. Igual ocurre con la defensa del consumo de drogas, ahora promovidas como un gusto lúdico y en simultánea el rechazo a personas con alguna discapacidad. Esto para no hablar del bullying que a veces sufren familias numerosas y a la vez el fomento de la sexualidad trivial y las tasas de natalidad en cero.
La Encíclica Laudato si, Alabado seas, aporta ideas a la construcción de la responsabilidad compartida en la cual se valora al ser humano en su integridad, dando origen a la ecología humana, un espacio responsable y rentable para la humanidad en el que es posible construir y progresar con dignidad, aprovechando la naturaleza y respetando sus límites. Es el egoísmo el que destruye, no la persona humana.
La ecología humana permite un equilibrio entre el uso de los bienes de la naturaleza y el perfeccionamiento del ser humano. La violencia y el crimen, así la exclusión, la miseria y las practicas selectivas eutanasia, aborto y eugenesia destruyen esta ecología. Similar a lo que ocurre con la destrucción de ecosistemas y extinción de especies animales o vegetales.
La falta de agua potable, vivienda, salud y educación definen buena parte del equilibrio en la ecología humana, una deuda que no se salda simplemente con un computador y conexión a internet.
La actual crisis de pandemia ha evidenciado la fragilidad del ser humano y su interdependencia en esta casa común. Nadie se salva solo, nadie logra vivir sin la ayuda de otros, sin la protección del medio ambiente y sin la riqueza de la naturaleza, estamos en la misma barca, todos al frente con la muerte.
Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo. El desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente exige el respeto por el ser humano y la creación. Tema vital que plantea una realidad: la vida humana no termina en un cementerio, somos más de lo que vemos, creados desde siempre y libres para amar, con inteligencia y voluntad que transforma.