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Analistas 29/08/2025

¿Dónde está el honor?

César Mauricio Rodríguez Zárate
Teniente coronel (RP) PhD. Research Associate Leiden University

“No me dejen morir, mis hijas me necesitan…”. Con esas palabras, entre angustia y dolor, habiendo llegado al sacrificio máximo, el de entregar su propia vida al servicio de prójimo, partió el capitán Francisco Javier Merchán, piloto del helicóptero Black Hawk de la Policía Nacional, tras el ataque terrorista en Amalfi, Antioquia. No es una frase cualquiera, representa el sentir de los policías de Colombia que aún en su último aliento, abrigan simplemente un enorme amor por sus familias y sus hijos, por su vocación, por su país.

Honor viene de la raíz latina honos u honoris, significa el reconocimiento por obrar rectamente. Aristóteles vinculó el honor con la virtud y la excelencia de carácter. En la edad media, los campesinos que integraban los ejércitos, lo apropiaron como un valor de caballeros, atado fuertemente a la lealtad y la disposición a sacrificar la vida por proteger su tierra, su nación.

Más allá de buscar culpables, me cuestionaba dónde quedó el honor. Me preguntaba en medio del dolor, cómo el trino del gobernante en vez de recriminar estos hechos, se limitaba a una lánguida y escueta justificación, y por el contrario, con tal descaro, al día siguiente, se dialogaba con los verdugos de nuestros policías, con las disidencias. Ahí no hay honor. Tampoco hay honor cuando no se acompaña a sus comandantes, cuando se les deja solos y a sus familias en las exequias, cuando desde la máxima instancia de gobierno no hay una expresión sentida y sincera de solidaridad ni de condolencia, solo excusas y evasivas. ¡Qué impotencia! ¿Dónde está el honor de quienes tienen la responsabilidad de dirigir los destinos de la nación?

En un país donde sus líderes tienen honor, no se darían explicaciones, se actuaría sin dilación. Se condenaría y rechazaría con absoluta firmeza, sin titubeos. Sin miramiento alguno se perseguiría a quienes arrebatan vidas y más las de policías y militares, ellos que la arriesgan por nosotros todos los días sin medida. Donde hay honor, sus gobernantes no romantizarían ni disfrazarían de ideología a los criminales, por el contrario, los enfrentarían, no tendrían escondite ni refugio, se les persigue… ¿por qué? porque es una cuestión de honor.

Si los llamados a liderar la nación tuvieran honor, guiarían sus actuaciones a partir de virtudes: templanza para dominar la voluntad frente a las pasiones, como la pereza; fortaleza para enfrentar las dificultades, no a culpar ni a dividir; prudencia para gobernar con conocimiento, sabiduría y humildad; pero especialmente con justicia. Precisamente entenderían que por justicia, sería imperativo no escatimar el más mínimo esfuerzo para salvar sus vidas; pero también para encontrar a quienes se las cegaron y más aún, cuando lo hacen mediante el miedo y el terror. Reitero, en democracia, al crimen se le enfrenta, no se le protege.

Hay dolor. Un profundo dolor de país y sociedad. Cada vez que un policía es asesinado, es un hogar que se quiebra, un proyecto de vida que se apaga y una herida irreparable a la sociedad, pues es quien la representa desde la representación de autoridad y orden. Detrás de un uniforme hay un padre, una madre, un hijo, un esposo, una carrera, una ilusión y especialmente, una vida de donde dependen muchas vidas más.

Me cuestiono también como miembro de una sociedad que de ninguna manera se puede acostumbrar a la indiferencia. Por eso esta columna. Rodear y proteger a nuestros militares y policías frente a la indolencia de quienes tienen el deber de cuidarlos, implica reconocer que sin ellos, la democracia se desangra, se nos acaba. Es entender que cada uno de sus actos y sacrificios son los que en últimas, sostienen el país.

En nombre del pueblo colombiano, estas sencillas líneas en homenaje a sus familias, a sus paisanos y vecinos que en medio de expresiones de esperanza, les han manifestado afecto y solidaridad. Para ellos, este fragmento de una hermosa oración nacida en Argentina, el “Señor de ti mismo” que refleja lo que para estos hijos de Colombia, significa el honor:

“(…) Cuanto en el llanto de huérfanos y viudas encuentres para luchar un aliciente, cuando florezca el clavel ensangrentado en el pecho de tu compañero y eleves al Señor una palabra, sin rencor, ni queja, ni lamentos (…) Cuando estés penetrado totalmente de tu hermosa misión aquí en la tierra, cuando eso consigas con tu esfuerzo, recién entonces habrá llegado el día en que puedas gritarle al universo, por la gracias de Dios, ¡Soy policía!”

Por los militares y policías, que no perdamos el honor. Por su memoria, justicia. El honor de los policías es también el honor de Colombia.

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