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Analistas 01/03/2022

Dos guerras

Carlos Ronderos
Consultor en Comercio y Negocios Internacionales

Estamos ante una nueva guerra fría como aquella que llevó a la construcción de un muro fatídico en Berlín y una cortina de hierro imaginaria que fue derrumbada, junto con el muro, en noviembre de 1989. Se creyó que, con los eventos que se sucedieron en la última década del siglo pasado, la confrontación ideológica había terminado y el mundo tenía por delante muchos años de paz y triunfo del capitalismo, con los Estados Unidos como el gran campeón de esa nueva era. El entusiasmo del momento produjo entre muchas otras manifestaciones la proclamación del “Fin de la Historia” por parte de Francis Fukuyama, que argumentaba que con los acontecimientos que estaba viviendo el mundo se afirmaba el triunfo definitivo de las democracias liberales de occidente y el fin de las ideologías.

A escasos 30 años de la publicación del best seller de Fukuyama, el mundo se confronta con un conflicto bélico que no solo abre las puertas a una guerra fría, sino que produce una sensación de déjà vu con recuerdos de la Segunda Guerra Mundial que transcurrió hace menos de 80 años, un periodo relativamente menor en el calendario cristiano. Desafortunadamente, las predicciones de Fukuyama no se dieron y estamos en un escenario nuevo de la historia y de la lucha por las ideas.

Semejando el mundo dibujado por Orwell, los tres grandes bloques de poder se enfrentan con visiones diferentes del estado, del quehacer económico y concepciones diferentes sobre su papel en el concierto mundial. Y fue precisamente Rusia el primero de los nuevos polos de poder en anunciar su retorno a la búsqueda de la hegemonía mundial. Lo hizo lentamente, de manera disimulada y con la indiferencia de occidente, primero tomando posiciones en los países, vecinos como Bielorrusia, arrebatándole a Ucrania la región de Crimea y, finalmente, mostrando los dientes con la invasión total a su vecino. Ignoró el mundo la vocación de imperio que tiene la Rusia que fundó Iván el Terrible cuando asumió en 1547 el titulo de “Zar de todas las Rusias”.

Debemos recordar que Rusia desconoció desde sus inicios el Tratado de Westfalia (1668), que sentó las bases de la libre autodeterminación de los pueblos y la soberanía nacional y que tan solo 53 años después, en 1721, Pedro el Grande declaró que Rusia era un imperio. Ese imperio ha tenido ha tenido sus momentos de debilidad pero su vocación imperial se hizo evidente con la llegada al poder de Joseph Stalin que expandió sus fronteras y su dominio en buena parte de Europa Oriental y Euro Asia. Su abandono de su vocación imperial fue tan solo un paréntesis en la historia contemporánea Rusia que va de Gorbachov a Putin.

Pero ni las guerras ni los imperios en el siglo XXI con economías globalizadas son iguales a las de los siglos pasados. Estamos presenciando un choque entre dos polos de poder que enfrentan el conflicto con armas diferentes. Mientras Rusia recurre a los misiles, tanques y aviones, occidente enfrenta el conflicto con armas económicas que van desde el congelamiento de fondos estatales hasta ataques dirigidos millonarios consentidos del régimen. En el arsenal de occidente, el Ministro de Economía de Francia habla de la bomba nuclear que tiene occidente en este conflicto y que no otro que el sistema Swift de transacciones internacionales.

Sabremos pronto si las armas económicas son tan o más poderosas que las balas, pero tanto la una como la otras destrozan sociedades y generan muerte y pobreza así la una parezca más civilizada que la otra. El afán imperial no genera más que zozobra y desconcierto.

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