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Lo que empezó como una medida de seguridad nacional de los Estados Unidos, al imponer aranceles a México y Canadá hasta tanto estos países no tomasen las medidas necesarias para hacerle frente al problema de tráfico de drogas, principalmente fentanilo y al flujo de migrantes ilegales, se fue develando que en realidad detrás de estos aranceles hay, no un tema de seguridad nacional, sino más bien una convicción proteccionista propia del siglo XIX. Si bien se ha aplazado en dos ocasiones la entrada en vigencia de los aranceles con sus vecinos, es claro que lo que buscan estas amenazas es que las nuevas plantas industriales, resultante de la reestructuración de las cadenas productivas, no se ubiquen en México, ni en Canadá, sino en Estados Unidos.
Con orgullo el presidente Trump ha anunciado que diferentes compañías japonesas y de otros rincones del mundo han decidido establecer sus plantas de automóviles y de micro procesadores en los Estados Unidos con inversiones millonarias, lo que en resumidas cuentas no es más que una estrategia de convertir el “Nearshoring” que estaba llevando a que muchas compañías trasladaran sus procesos productivos más cerca de casa (México y Canadá), en “Inshoring”, o sea que no sea cerca de casa, sino en casa.
A este proceso de “Nearshoring” se unieron también empresas chinas de autopartes que trasladaron procesos productivos a México y así cumplir con la estricta norma de origen que impuso el Tmec, que negoció la administración Trump en su primer mandato. Esto ha sido visto por la actual administración Trump como una forma en que las empresas chinas están evitando los aranceles impuestos sobre este país, es decir, se le colaron por la puerta de atrás. Con este hay otro motivo para los aranceles y probablemente lo que se está negociando es la “deschinización” de la cadena automotriz en México. O sea, tampoco es tema de seguridad nacional, sino protegiéndose de las importaciones chinas indirectas.
Pero lo más complejo está por venir en abril. Trump ha anunciado para este mes la entrada en vigor del concepto de reciprocidad, que no es otra casa que imponer a los diferentes países (incluida Colombia) aranceles idénticos a los que esos países le cobran a los productos americanos. Por aquello de las asimetrías, que es un concepto aceptado en las negociaciones entre países mas ricos con países más pobres (por ejemplo, TLC Colombia-EE.UU.) se permiten mayores aranceles al país de menor desarrollado. Esto significa que a partir del próximo mes todos los países de menor desarrollo que exporten a los EE.UU. pagarán aranceles que hoy en día no pagan.
Esto, además de ser una medida más en el rosario proteccionista que significan los anuncios de aranceles, pone en pie de igualdad países ricos y pobres lo que puede resultar nefasto para las exportaciones de los países menos desarrollados. Dado que los aranceles que estos países cobran a los EE.UU. varían de país a país, los productos entrando a Estados Unidos tendrán aranceles diferentes y habrá por tanto multitud de diferentes aranceles para el mismo producto volviendo las aduanas sobrecargadas y burocratizadas, sucediéndose el fenómeno que se conoce como Spaghetti Bowl, que es sinónimo de un enredo arancelario que acabará trabando todas las exportaciones a los EE.UU. y terminará por ser el aislamiento final del afán proteccionista que estamos presenciando y una nueva era en el comercio exterior.