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Analistas 29/11/2022

Adaptación

Carlos Ronderos
Consultor en Comercio y Negocios Internacionales

Después de la COP en Egipto persisten grandes dudas acerca de la capacidad que tenga el planeta de lograr la meta de no traspasar la barrera de un calentamiento global de 1,5 grados centígrados. La falta de compromisos reales de los países que verdaderamente emiten gases tipo invernadero y la carencia de compromisos económicos verdaderos en materia de cooperación económica para soportar los esfuerzos de transición energética en los países de ingresos medios y bajos hacen que cada vez esta meta planteada en la COP de París sea más quimérica.

Es claro que para lograr las metas propuestas se requiere una descabonización acelerada con el consecuente desmonte de los combustibles fósiles que trae consigo grandes costos especialmente para aquellos países que como Colombia dependen en buena parte de la exportación de productos minero-energéticos. La magnitud de estos costos ya la vivió nuestro país con el solo anuncio de una posible suspensión de nuevos contratos de exploración y explotación de gas y petróleo, en búsqueda de una transición energética acelerada. Inmediatamente se encarecieron los créditos a la nación y se acentuó un proceso de devaluación que ya se estaba viviendo entre diferentes monedas del mundo. A lo anterior se suma la coyuntura mundial que está obligando a Europa a priorizar el suministro de gas y carbón para afronta una crisis energética producto del bloqueo ruso y la guerra en Ucrania, que según algunos expertos va más allá de invierno que se avecina. Las reservas de gas de Europa permiten un parte de tranquilidad en el futuro inmediato no así para los años 23 y 24.

En resumidas cuentas, la falta de compromisos de los países que más contaminan, la falta de fondos para una verdadera y acelerada transición energética y la coyuntura mundial hace que las metas propuestas para frenar el calentamiento global no se cumplan y que por tanto paralelo a los esfuerzos en ese sentido, que ojalá puedan lograrse a mediano plazo, se requieren urgentes medias de adaptación de los países a las nuevas realidades que ha traído consigo el calentamiento global.

Todos los noticieros del mundo están registrando con mayor frecuencia las escenas de sequías intensas con poblaciones abocadas a hambrunas, las inundaciones en las cuales pueblos y campos quedan anegados arruinando viviendas y cosechas, los incendios forestales que devastan millones de hectáreas y los cada vez más frecuentes huracanes y monzones que con vientos enfurecidos arrasan a su paso con cuanto ha construido el hombre. La triste realidad es que este escenario se repetirá año tras año con mayor intensidad sin que los esfuerzos por mitigar el calentamiento global reviertan esa realidad en el futuro cercano. Mientras se revierten las tendencias y regresa la normalidad, situación que puede tomar una generación, millones de vidas están en riesgo.

Es prioridad diseñar programas y proyectos que apunten a la adaptación de los cultivos, del desarrollo urbano, de los materiales de construcción, del manejo de aguas, de la estabilización de terrenos, ya que de ello dependerá la resiliencia con la que la humanidad pueda resistir el embate del calentamiento. Colombia es un laboratorio de excepción que muestra la urgencia de planes de adaptación sin que ello signifique abandonar la lucha más grande por evitar que se sigan deteriorando las condiciones que finalmente lleven a la amenaza misma de la existencia de la humanidad.

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