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Durante más de dos décadas, Colombia ha logrado mantener un flujo significativo de Inversión Extranjera Directa (IED). Entre 2001 y 2024, el país recibió más de US$ 205.000 millones en capital extranjero. De ese total, más de US$ 153.000 millones se destinaron exclusivamente al sector de petróleo y minería, mientras que apenas USD 52.000 millones llegaron a todos los demás sectores combinados. Esta concentración del 75% en un solo grupo económico evidencia un desafío estructural que ha persistido en el tiempo. Colombia no ha logrado convertir su potencial productivo en una propuesta atractiva y competitiva para los inversionistas internacionales fuera del ámbito extractivo.
La tendencia ha sido tan consistente que ni siquiera las grandes crisis lograron revertirla. En 2009, en plena recesión global, el país recibió US$6.800 millones para petróleo y minería, mientras los demás sectores apenas captaron US$ 104 millones. Un año después, la diferencia volvió a ampliarse, con US$ 7.900 millones frente a US$1.500 millones. Esta asimetría se mantuvo incluso en años marcados por discursos enfocados en la diversificación económica. En 2012, por ejemplo, mientras se hablaba de consolidar un aparato productivo más sofisticado, la inversión en petróleo y minería superó los US$ 13.000 millones, y el resto de los sectores no alcanzó los US$ 3.300 millones.
Solo en contados años se observan señales tímidas de cambio. En 2016, la IED en sectores no extractivos alcanzó por primera vez una cifra cercana a la del sector de petróleo y minería. Esa breve convergencia volvió a darse en 2017, pero fue fugaz. En 2018, la inversión regresó a sus patrones históricos, con US$6.500 millones dirigidos al sector extractivo frente a poco más de U$2.100 millones para el resto. En 2023, en un contexto de apertura económica, transformación digital y oportunidades globales en energías renovables, casi cuatro veces más capital se destinó al petróleo que a otros sectores.
Esta trayectoria demuestra que los intentos por diversificar los destinos de la inversión extranjera en Colombia no han sido suficientes ni sostenidos. La apuesta natural ha sido la de siempre tener una economía que ofrece ventajas en recursos naturales, contratos estables y un entorno operativo predecible. Aunque este enfoque ha funcionado para atraer capital, también ha limitado el impacto transformador que la IED podría tener en sectores de mayor valor agregado.
Apostar por una economía más diversa no implica renunciar al petróleo, sino aprovechar los excedentes de ese capital para construir capacidades en otras áreas. Sin embargo, Colombia no ha logrado establecer un entorno confiable para los inversionistas interesados en la agroindustria, la manufactura avanzada, la tecnología o los servicios globales. Esto obedece, en parte, a una institucionalidad dispersa, señales contradictorias por parte del gobierno y la ausencia de políticas claras de atracción sectorial.
El desafío no es teórico, sino estadístico. De cada cuatro dólares que ingresaron a Colombia en los últimos 23 años como inversión extranjera, tres se quedaron en el subsuelo. No es que falten oportunidades fuera de él, sino que estas siguen sin materializarse. Esas cifras deberían servir como un llamado urgente a redoblar esfuerzos para diversificar el mapa de inversión internacional. No basta con señalar que existe potencial. Es necesario construir condiciones reales para que ese potencial se convierta en destino de capital. Porque sin inversión no hay diversificación, y sin diversificación no hay desarrollo sostenible.