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En las últimas semanas, los economistas y financieros hemos estado reflexionando sobre el impacto que las medidas arancelarias tendrán sobre la volatilidad cambiaria, el riesgo país, la inflación y, por supuesto, el crecimiento económico. Sobre este aspecto, el Fondo Monetario Internacional, FMI, ha presentado un diagnóstico claro: el crecimiento mundial se está enfriando rápidamente, presionado por tensiones comerciales sin precedentes y una elevada incertidumbre en materia de políticas económicas.
Además, este diagnóstico viene acompañado de proyecciones de crecimiento global -las cuales, por cierto, están revisadas a la baja- que anticipan un 2,8% en 2025 y un 3% en 2026, una caída significativa desde 3,3% proyectado anteriormente para ambos años y muy por debajo del promedio de 3,7% registrado entre 2000 y 2019.
Bajo este contexto, los mercados de renta fija se enfrentan a un nuevo panorama. Por un lado, el crecimiento más débil y una inflación global proyectada en 4,3% para 2025 -ligeramente superior en las economías avanzadas- podrían sugerir una política monetaria más cautelosa. Sin embargo, los riesgos financieros, fiscales y geopolíticos que se acumulan están impulsando una reevaluación del riesgo crediticio, en particular en lo que se refiere a la deuda soberana.
Estados Unidos, epicentro de la reciente escalada comercial, ha impuesto aranceles generalizados que elevaron las tasas efectivas a niveles no vistos desde la Ley Smoot-Hawley de 1930. Esto ha provocado un ajuste inmediato en las expectativas de crecimiento: el FMI prevé que el PIB estadounidense se desacelere a 1,8% (desde un 2,7% anterior) y que la eurozona caiga a 0,8%. En las economías emergentes, el crecimiento bajará a 3,7%, con una contracción más severa en países directamente afectados por las políticas comerciales, como China.
Estos datos no solo indican un enfriamiento económico global, sino que también anticipan un posible ensanchamiento del spread entre la deuda soberana y la deuda corporativa. En condiciones normales, los bonos soberanos de alta calificación ofrecen menores rendimientos que los bonos corporativos debido a su menor riesgo. No obstante, con el deterioro de las cuentas fiscales y el aumento del endeudamiento público, esta relación podría alterarse.
El informe del FMI advierte que muchos países, especialmente economías emergentes, enfrentarán presiones crecientes sobre su capacidad de servicio de la deuda. Si se percibe un deterioro en la sostenibilidad fiscal, los rendimientos exigidos sobre los bonos soberanos podrían aumentar significativamente. Por ejemplo, un aumento de 100 puntos básicos en los rendimientos de deuda soberana en mercados emergentes podría duplicar el costo del servicio de la deuda externa en algunos países altamente endeudados. Esto, a su vez, estrecharía el margen con respecto a bonos corporativos de alta calidad, afectando el atractivo relativo de cada tipo de activo.
Además, si la confianza en las políticas fiscales se erosiona y los inversores comienzan a exigir mayores primas de riesgo, los diferenciales entre deuda pública y privada podrían invertirse temporalmente, particularmente en economías donde las grandes corporaciones tienen balances más sólidos que los propios Estados. Este fenómeno no sería inédito: en crisis anteriores, se ha observado cómo ciertos emisores corporativos de primer nivel cotizan con spreads inferiores a los bonos soberanos locales.
En resumen, 2025 será un año de prueba para los mercados de renta fija. La convergencia de factores adversos -bajo crecimiento, inflación persistente, políticas comerciales hostiles y fragilidad fiscal- redefine la estructura de riesgos del mercado de deuda. Los inversores deberán recalibrar sus estrategias, prestando atención no solo a los rendimientos, sino a la resiliencia fiscal y política de los emisores.
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