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Analistas 03/09/2025

Cómo enriquecer a Colombia

Camilo Guzmán
Director ejecutivo de Libertank
Camilo Guzman
La República Más

Colombia no está condenada a la pobreza, pero mientras sigamos pensando como pensamos, seguiremos atrapados en ella. El problema es que hemos construido nuestra cultura y nuestras instituciones sobre un conjunto de ideas equivocadas que repiten como dogmas que la riqueza de unos es la causa de la pobreza de otros, que el Estado es el gran salvador y que el empresario es un villano. Estas ideas no solo han moldeado la política pública, también han configurado la manera en que vemos la prosperidad, el éxito y el fracaso. Y mientras esa mentalidad siga intacta, ningún presidente ni decreto podrá sacarnos del atraso.

La evidencia, sin embargo, es clara y nos muestra otra realidad. La riqueza no se reparte, se crea. El progreso no es un juego de suma cero en el que lo que uno gana otro lo pierde, sino un proceso dinámico en el que todos pueden beneficiarse cuando existe libertad. El comercio, la innovación y la cooperación voluntaria han demostrado una y otra vez que la prosperidad es posible allí donde las reglas son claras, los incentivos correctos y la cultura valora el mérito. En ese contexto, el empresario es un creador de valor que, en la búsqueda legítima de su propio beneficio, solo puede prosperar si sirve a los demás. Su función social no está en repartir limosnas ni en asumir un papel que no le corresponde, sino en generar bienes y servicios que mejoren la vida de millones de personas. En una sociedad libre, un empresario que no responde a las necesidades de la gente sencillamente fracasa, y uno que acierta en su función social prospera.

Tampoco es cierto que el futuro de Colombia dependa de la llegada de un político iluminado con la fórmula mágica. Los países no se enriquecen por un decreto perfecto, sino porque en algún momento sus ciudadanos cambiaron de mentalidad. Las naciones que prosperan son las que entendieron que la libertad no es un lujo, sino la base de la prosperidad. En cambio, las sociedades que glorifican la dependencia, el resentimiento y la desconfianza hacia el éxito están condenadas a repetir las mismas crisis una y otra vez, porque ninguna política pública puede arreglar una cultura construida sobre ideas defectuosas.

Colombia no es pobre porque le falten recursos, sino porque ha castigado a quienes quieren superarse. Hemos ridiculizado el esfuerzo y glorificado la queja, hemos demonizado el éxito y romantizado el fracaso. El progreso no es cuestión de suerte ni de privilegio, sino el resultado de decisiones correctas tomadas con constancia, disciplina y confianza en la libertad. Mientras no recuperemos una cultura que premie el mérito y el trabajo bien hecho, seguiremos en el mismo lugar. Por eso la verdadera transformación empieza en las conversaciones que tenemos en la casa, en la empresa y en la sociedad.

Este es el núcleo de mi primer libro, Cómo enriquecer a Colombia, que ya está disponible en librerías. No es un tratado académico ni un manual de política pública, porque Colombia no necesita más diagnósticos ni planes que terminan en el cajón. Es un manifiesto contra la resignación, una invitación a dejar de esperar a los salvadores y a comenzar a confiar en nosotros mismos. Lo escribí convencido de que Colombia no está condenada al fracaso, pero sí está a prueba. La batalla que tenemos por delante no se libra en los pasillos del Congreso, sino en el terreno de las ideas: en la manera en que entendemos la riqueza, la función empresarial y el sentido de la libertad.

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