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Analistas 12/06/2025

Pensar bonito, hablar bonito, actuar bonito

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

Es imposible no referirse a los terribles hechos, pero también, casi imposible decir algo relevante, algo útil, al menos consolador, como siempre quisiéramos. Acompañar con el corazón, desde la distancia obligada, a la familia de Miguel Uribe, expresar todo el repudio al atentado, guardar silencio respecto a todo lo demás en señal de respeto, en búsqueda de luces. Tener compasión por los jóvenes instrumentalizados en las ciudades y el campo por los verdaderos violentos, sin que ello implique eximirles de responsabilidad. Volver a pensar sobre las infancias.

En el budismo existe el precepto del ahimsa, una invitación profunda a la no violencia que va más allá de simplemente abstenerse de dañar físicamente a otros. Se extiende a la no violencia en pensamientos, palabras y acciones. En la cotidianidad es difícil sacar un minuto para la introspección, y no sé si en nuestro sistema educativo, tan lleno de adoctrinamientos, de rencores, de revanchismos y de acosos se reserve el tiempo mínimo que cualquier persona necesita para analizar de manera tranquila y constructiva el estado de su mente. Lo que llamamos hoy en día salud mental, para otros, integridad espiritual. La práctica del arte y los deportes contribuyen, indudablemente, pero la capacidad deliberada de guardar silencio un momento, con regularidad, para pensar bonito, va más allá: invoca lo profundo de las emociones para, antes de hablar y actuar, aquietar las aguas. La no violencia se descubre allí, y desde allí se comparte. Aprender a pensar bonito, sin autoflagelación, sin desdén, sin cultivar la frustración, aprender a pensar desde dentro para luego hacerlo en colectivo, a veces más creativa que críticamente. En un país, en un mundo de tormentas, pareciera que la reflexión por la no violencia se torna en un mandato educativo, y convertir la práctica de la compasión, es decir, la capacidad de actuar bajo la premisa permanente de no dañar a nadie, incluidos otros seres vivos, en un valor central de la convivencia que debe nacer desde el cultivo de las convicciones personales.

El Dhammapada, texto antiguo del budismo, sugiere que la realidad externa es reflejo de la mente: si cultivamos pensamientos benevolentes, nuestras acciones -llámense políticas, científicas o territoriales- tenderán a ser más armoniosas y sostenibles. Esta mirada puede traducirse incluso en un enfoque ecológico donde cada decisión nace desde la claridad interior, nunca desde el conflicto o la imposición: siempre hablamos desde el lugar que habitamos en relación con los demás, gente, plantas, animales, otras entidades. El principio del “pensamiento correcto” invita a alinear visión, discurso y acción desde una ética compasiva, que nace de una reflexión silenciosa y un compromiso ético personal. Las grandes religiones invitan a ello, los taitas yageceros, los mamos de la Sierra, los abuelos del mambeadero, las mujeres obligadas a callar en todas partes: todas aprendieron a cuidar la palabra como el más sagrado de los bienes de la humanidad.

Una invitación a nuestro futuro expresidente, tan locuaz, a los miembros de su gobierno, a todos quienes por voluntad o destino ejercemos una responsabilidad en nombre de otros, a quienes creen que el activismo es revolcar el avispero, a quienes pronto seremos “exalgo”: nos conviene un momento de silencio.

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