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Analistas 23/11/2013

Ministerio de la fauna

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean
La República Más
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En días pasados se celebró en Bogotá el “Segundo Encuentro por el Agua” promovido por Isagen, el WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza, capítulo Colombia) y el diario El Espectador, con su campaña “Bibo”. Un ejercicio ético innovador de la educación y la participación ciudadana. En el encuentro inicial, del año pasado, tras una jornada completa de presentaciones y debates que querían ser más políticos que académicos, se concluyó que era necesario una participación mucho más directa de los tomadores de decisión, ya que, como se dice coloquialmente, esos espacios se estaban convirtiendo en “prédica para los conversos”, donde los invitados están todos de acuerdo mucho antes de la discusión y se levantan satisfechos (y un poco menos humildes) de tenerla.  

Este año, por el contrario, asistieron y cuestionaron personalidades como la candidata presidencial Clara López, el exgobernador del Atlántico Eduardo Verano y la exministra Cecilia López, entre otros, quienes tuvieron la oportunidad de reaccionar a seis preguntas construidas en varios desayunos de trabajo previos (a partir de más de 400), donde la sociedad civil tuvo mucho que decir. El debate, así planteado, giró en torno al tema de la gobernanza del agua, que es lo que la sociedad desea tener claro, ya que nadie duda de la importancia del recurso en sí: a pesar del maltrato y el desperdicio, el agua sigue siendo el núcleo de la noción de bienestar en cualquier sociedad, y por tanto referente de la capacidad de gestión de nuestros líderes e instituciones, que no quedan bien parados, según se evidenció con las cifras (o su ausencia, que también es indicadora) que relatan la historia de corrupción e ineficiencia que hay detrás de la administración del recurso más valioso que tiene Colombia y que, como en muchos casos, está distribuido muy asimétricamente por el territorio, conocemos mal y tratamos peor.

Parte de la discusión recurrente es el tema de la necesidad de un Ministerio del Agua, algo que suena muy bonito pero que, como ciudadana común y corriente,  me causa escalofríos cuando pienso en sus costos, tiempos e inserción en la estructura del Estado. Deteniéndonos más en el problema que en la eventual solución institucional, lo cierto es que el manejo integral del agua, que en Colombia cuenta con una política explícita desde el Ministerio de Ambiente (pero poco desarrollada), requiere más jerarquía y más efectividad, que tal vez podría darla un nuevo asiento en el gabinete, una eventual Agencia Nacional del Agua, o quien sabe qué otra figura. Pero mi principal pregunta es, precisamente, qué quedaría de un Ministerio de Ambiente, ya débil, si se escinde la gestión del agua. Me queda sonando una reforma de fondo que construyese de una vez por todas uno para la flora y la fauna, que, complementado con una agencia para cambio climático se haga cargo del tema y ya. (Porque el ordenamiento territorial podría subcontratarse por ahí, dado el tratamiento que le damos al tema...). 

Escindir, fusionar, repartir la baraja (que no la mermelada) de la gestión ambiental es aún un reto que nos gana la partida, a pesar de que tenemos Sina, una excelente idea que va a cumplir 20 años este 30 de diciembre, con más frustraciones que logros, pero más oportunidades que riesgos. Y es que enfocar el manejo ambiental con criterio sistémico es la única forma de operar ante un problema mucho más complejo que construir 100.000 viviendas, sin demeritar este hecho, por supuesto. Una complejidad que, sin embargo, será la que entregue los votos de nuestra imperfecta democracia a quien sepa ponerle el cascabel al gato, pues toda la gobernabilidad planetaria se irá desplazando en las décadas que vienen hacia el manejo de los desastres causados por los eventos climáticos y la crisis ecosistémica que, sin ponernos apocalípticos, nos irá golpeando cada día con mayor fuerza, como lo han demostrado huracanes y tifones en los últimos tiempos, y en Colombia, el fenómenos de La Niña, cuyo retorno sin duda deberá administrar el próximo presidente. 

Tal vez no necesitemos un ministerio del agua o uno de la fauna entonces: bastará con que el Congreso de la República cambie su nombre y se declare comité nacional permanente de atención de desastres… 

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