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Analistas 20/10/2014

Ecofeminismos

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean
La República Más
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En algún momento creímos que afirmar que las mujeres eran más responsables con el medio ambiente porque ‘naturalmente’ estaban más cerca de la vida, por su rol en la crianza, su preocupación por el cuerpo y por el bienestar de los demás. Esta naturalización del papel de la mujer, siempre validado o impuesto por terceros, contrastaba con otra visión donde la sexualidad, independiente de la reproducción, se convertía en motor de una reflexión completamente distinta acerca de las relaciones entre los seres humanos y el resto de los seres vivos: era el placer de estar vivas y poder disfrutar de la existencia lo que nos vinculaba con el planeta y su gente. 

La visión contemporánea de la madre tierra, acogedora, generosa con todos, fértil pero no promiscua, no es necesariamente compartida por todos los ecologismos, así como no lo eran las figuras predominantes del panteón femenino greco-romano, que separaba las diosas de la agricultura de las de la vida, más afines con el erotismo y el goce sensual. Ceres, Artemisia o Deméter no son Venus, Afrodita ni Diana cazadora. La feminidad hoy día es un campo complejo de expresiones y búsquedas múltiples que confronta escencialismos biológicos con construcciones sociales, y de paso, expone las distancias conceptuales y éticas entre quienes creen a rajatabla en la existencia de la naturaleza’ como algo concebible sin lenguaje o modelos mentales, una condición cultural.

La semana pasada se llevó a cabo la 38ava conferencia anual de estudios de género de la U de Wisconsin, que reúne académic@s de todo el mundo para discutir, entre otros temas, precisamente, el uso de la @ que algunos odian como expresión de la búsqueda de equidad lingüística al referirse al género. El tema central de la conferencia eran los atributos éticos, ecológicos y la equidad en un planeta marcado por el género como un aspecto central de la definición de los derechos y deberes de los humanos con el resto de los seres vivos. Además de combatir activamente la visión binaria que diluye la diversidad humana generalmente a favor de estructuras de poder que se sostienen con discursos autoritarios y convenientemente dogmáticos (tanto de izquierda como de derecha), el evento se concentró en temas muy prácticos, como la distribución de derechos entre miembros de sociedades agrarias, un tema crítico para la construcción de paz en Colombia: ¿estamos oyendo a indígenas, campesinas, negras, pescadoras, desplazadas con el mismo compromiso que debemos escuchar a todos? Más aún: ¿Somos capaces de escuchar, independientemente de la anatomía que habla, las ideas de equidad, emprendimiento o solidaridad de todas las personas?

A menudo escuchamos defensas de la mujer como mejor administradora, mejor organizadora, mejor ‘perdonadora’, mejor algo, como si de su condición innata hormonal o anatómica se derivara automáticamente una capacidad peculiar al respecto. Sentimos que al estar de acuerdo con ellas, estamos siendo “feministas”, algo que se refrendaría con las leyes de cuotas, por ejemplo. Sin embargo, los feminismos contemporáneos no solo se apartan de esta idea, sino que la critican abiertamente, pues la participación de cualquier minoría se convierte en equitativa sólo si se es capaz de articular un discurso político que surja de la previa condición de sometimiento a un esquema de poder, es decir, si tiene contenido cultural. El maquillaje ni la silicona, ni las preferencias sexuales quitan ni ponen esa capacidad: son las expresiones de independencia de criterio las que acompañan el derecho, para ofensa de quienes insisten en que las mujeres que alcanzan cargos de responsabilidad pública lo hacen como mascotas del sistema, por lo cual algunas son más (estéticamente) más “toleradas” que otras; añadiendo agravio a la ofensa. El clasismo y racismo con que aún gobernamos un territorio particularmente diverso se expresa en el acceso limitado que tienen ciertos grupos sociales a la justicia, la propiedad o el disfrute de sus cuerpos y vidas, y ello tiene profundas repercusiones en el manejo del territorio y obviamente, de la biodiversidad con la que conviven. A menudo las mujeres son propietarias de tierra, pero no participan en las decisiones acerca de su uso, o son víctimas de violencia doméstica sólo por el hecho de pretender participar más activamente en la gestión de su patrimonio familiar. 

Los ecofeminismos son valiosos no por ratificar la simplicidad con que tratamos el género, sino porque promueven una reflexión desde la diferencia, que es desde donde debemos reconocer la variabilidad ecológica y social del territorio y las alternativas más legítimas para protegerlo y desarrollarlo de una manera sostenible.

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