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Analistas 12/01/2025

Desde el Círculo Polar Ártico

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

Tenía que hablar desde el extremo norte, dirán los conspiranoicos, para dejar por fuera el “sur global”. Pero no, es casualidad vacacional; porque reconozco que la crisis climática es un problema de injusticia grave a escala planetaria, creado por los modelos de consumo masivo de energía y materias primas de ciertas sociedades que, también con su razón y capacidades (y también métodos muy cuestionables, es cierto), buscaron y lograron niveles de bienestar que casi tod@s envidian y quieren obtener sin romper las cáscaras. Tal vez tendría que haber hablado desde la Antártida, en el extremo sur, para ser simbólicamente correcta, y referirme a los pingüinos, tan amenazados por los deshielos como los osos polares al norte.

En el Parque Nacional Salla de Finlandia, en la frontera con Rusia, nos guiaron trineos de renos conducidos por gente del pueblo Sami, y volvimos a hablar, tiritando, de calentamiento global, llegando a la misma discusión que por estos días habita las redes sociales: el uso político ramplón de la crisis climática es la peor amenaza que afrontamos, pues cada aguacero (o su ausencia) se convierte en una batalla discursiva carente de todo sentido fáctico, porque lo que importa es utilizar el evento a favor o en contra de alguna de las narrativas convencionales con las que venimos luchando por el poder, más que por el bienestar colectivo.

Las controversias ideológicas han vuelto a sus niveles más bajos de complejidad, porque “la evidencia y el sentido común” indican que “los opositores” son obvios culpables de la eventual extinción de la humanidad, y quien sugiera elaborar o indagar un poco más por esa causalidad es un negacionista o un cínico y, automáticamente, cómplice de los eventos extremos.

Curiosamente, estos no parecen ensañarse solo con los más vulnerables, como muestran incendios, huracanes o crecientes súbitas en todas partes del planeta, hábilmente utilizados en las redes o eventos sociales para mostrar el lado conveniente de la moneda. Lo que resulta evidente es la torpeza de quienes, queriendo avanzar en una agenda de justicia social recurren al esquema bíblico de las plagas, que conduce a la instauración de nuevos regímenes tan ortodoxos y autoritarios como los que cuestionaban.

Discutir estos temas desde el Polo Norte es interesante: las nevadas invernales llevan el termómetro a 20 o 30° bajo cero, impensables en los 40° “sobre cero” de Puerto Carreño, en la frontera con Venezuela, sumergida en la miseria por la destrucción de su democracia, el mejor sistema para promover una conversación climática rigurosa ajustada a las necesidades de la diversidad de actores en cada país.

No se requiere recurrir a ningún mesías o sus profetas vociferantes. En Chile, que ha demostrado ejemplo de buenas prácticas científicas y políticas, retorna estos días el Congreso del Futuro, auspiciado por el Congreso de la República, en pleno verano austral: se discute, con creatividad y respeto, cuál puede ser el mundo que sobrevenga, pero en especial, cuál el que diseñemos, si dejamos a un lado la mezquindad y trabajamos en un debate sin injurias ni presunción de superioridad moral por ninguna de las partes.

Es cuestión de método, y utilizar los discursos amenazantes y el miedo solo genera ansiedad y desesperanza, cuando no renovados resentimientos que prolongarán otros conflictos. Es indudable que las agendas políticas serán cada vez más ambientales, pero con la forma de construir las narrativas actuales solo se ven venir autoritarismos polares, y no precisamente llenos de auroras luminosas…

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