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Con la derrota en los comicios de alcaldes y gobernadores, la pregunta que muchos nos hacemos es: ¿cómo va a reaccionar Petro? No se había acabado la fiesta y Petro ya estaba cantando victoria, a pesar de perder Bogotá, fortín electoral de la izquierda por más de 20 años, -la cual ni siquiera perdieron después del robo a mano armada de los hermanos Moreno Rojas-. Sumado a las derrotas en Cali, ciudad con la que arrasó la primera línea. Y Medellín, donde su alfil más fiel se retiró para hacer campaña y fue apabullado, nos haría creer que el mandatario recibió el mensaje.
No quiero ser aguafiestas, pero su mentalidad de guerrillero muy seguramente sacará lo peor de él ahora que está acorralado y contra la pared. Sin gobernabilidad y con la calle en su contra, tratará de radicalizar su agenda para continuar llevando al país a una situación de inoperancia e incapacidad institucional -como nos tiene acostumbrados-. Esto le permitirá culpar a sus opositores del caos y buscar crear una crisis para tratar de perpetuarse en el poder.
Al igual que ha hecho con las EPS, va a extorsionar a alcaldes y gobernadores para que se monten en su agenda o los amenazará con frenar las inversiones de la nación -como nos está dejando ver con el metro de Bogotá-. Culpará a las prestadoras de servicios públicos domiciliarios del apagón, del alto costo de vida y hasta de la inflación, para seguir insistiendo en estatizar dichas industrias. A las mineras y petroleras -incluyendo Ecopetrol- les seguirá declarando la guerra del cambio climático, para forzar al país a una transición energética que lo único que logrará es el empobrecimiento de la nación. En infraestructura seguiremos igual, en nada. Utilizará el poder policivo de las superintendencias para apretar a todas las industrias, empresas y ciudadanos que no apoyen su agenda. Seguirá tendiéndole la mano a narcotraficantes y delincuentes, mientras la situación de seguridad del país se sigue deteriorando.
Su agenda internacional se tornará aún más favorable hacia China, Rusia e Irán, como ha quedado demostrado en los recientes conflictos en Ucrania e Israel. Culpará a Estados Unidos de todos los males que sucedan durante su gobierno y usará la retórica desgastada antiyanqui de la izquierda latinoamericana para tratar de arengar a las masas a favor de una revolución social inexistente y desaprovechar las oportunidades del ‘nearshoring’. Para salir momentáneamente del hueco económico -que el mismo está generando-, se endeudará con los chinos y empeñará el país como hicieron Chávez, Evo y Correa en su momento.
Su capacidad de gestión es tan limitada y deplorable, que su ambición transformista o revolucionaria se quedará a medio camino, como todo lo que se ha propuesto hasta el momento. Terminaremos sin reformas de ningún tipo y sin los grandes cambios sociales que tanto pregona y dice defender. Su falta de liderazgo lo convertirá en jugador de segundo plano, y sus políticas ambiguas y desgastadas dejarán al país en un mayor desorden institucional del que se creó con el Acuerdo de La Habana.
Gracias a Dios el país despertó y es consciente que por más que el pichón de dictadorzuelo trate de perpetuarse en el poder, depende de cada uno de nosotros para que no lo logre -como quedó demostrado el domingo pasado-.