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El discurso de Javier Milei en la Asamblea General de las Naciones Unidas la semana pasada, haciendo fuertes críticas a la agenda 2030 de la ONU, expresó lo que muchos pensamos -pero no es políticamente correcto expresar- que dicha organización no sirve para nada. Pasó de ser un compromiso político entre las naciones después de la Segunda Guerra Mundial para evitar futuros conflictos, fomentar la paz y defender la declaración universal de derechos humanos, a convertirse en una plataforma ideológica cuyo fin es imponer una agenda y narrativa global al servicio de la izquierda internacional y del movimiento ‘woke’.
Un ejemplo de esto es su postura frente al conflicto en el Medio Oriente. No son capaces de condenar los ataques terroristas patrocinados por Irán o la escalada de misiles desde el Líbano y otras latitudes, pero si son rápidos en condenar la respuesta militar de Israel en Gaza o callar frente al sentimiento antisemita que se viene gestando en las universidades en todo el mundo. Su falta de congruencia no le ha dejado otro camino a Israel que defenderse hasta el final, para asegurar que el pueblo judío no vuelva a vivir el éxodo y holocausto que vivieron en Europa en el siglo pasado.
Y si a esto le sumamos la política internacional de los Estados Unidos -de pacificación de los demócratas o aislacionista de los republicanos-, el mundo ha abandonado a Israel a su suerte. Esto conduce a que una salida diplomática de este conflicto sea poco probable. Netanyahu es consciente que la supervivencia del Estado de Israel depende única y exclusivamente de su capacidad de neutralizar a Irán y frenar su programa nuclear. El problema es que Israel solo es más peligroso que Israel acompañado.
Y bajo este mismo modelo de ‘diplomacia fallida’, hemos visto cómo Rusia invadió a Ucrania, Maduro se robó las elecciones, China amenaza con anexar Taiwán y Corea del Norte continua con sus pruebas nucleares y de misiles de largo alcance. En diferentes latitudes del mundo vivimos con un sinnúmero de amenazas constantes de regímenes variopintos que utilizan la democracia y los organismos multilaterales para llegar y perpetuarse en el poder, imponer su demodictadura y hacer lo que les dé la gana -porque saben que no habrá consecuencias-.
Ya Trump lo había advertido durante su primer mandato. La gran mayoría de organismos multilaterales no sirven para nada: la Otan no ha sido capaz de disuadir a Rusia de sus constantes amenazas sobre Europa; la OMS fue cómplice de China en la propagación del covid y no fue asertiva en su respuesta para contener la pandemia; y el FMI, el Banco Mundial y Ocde, por mencionar algunos, se han dejado permear por la ‘izquierda caviar’, y hoy son un club de ricos vergonzantes llenos de buenas intenciones, sin el valor para defender el modelo económico que permitió el crecimiento económico y el desarrollo comercial durante los últimos 70 años.
Estamos frente a una crisis institucional y de liderazgo sin precedente. Instituciones globales que por más de medio siglo sirvieron para que el mundo viviera en paz y gozáramos de un crecimiento social y económico como nunca antes en la historia, están hoy al borde de su extinción. De pronto es el momento de replantear este tipo de instituciones y empezar a desmontar esa burocracia internacional que poco o nada le sirve a la humanidad.
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