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Analistas 13/12/2023

¿Por qué fracasa el Progresismo?

Andrés Felipe Londoño
Asesor en transformación digital legal de servicios financieros

Mientras Argentina inicia una dura etapa de recuperación de los nefastos efectos de décadas de Progresismo, Colombia aún avanza hacia su consolidación.

La abundante evidencia que ofrece nuestro subcontinente sobre la miseria, estancamiento económico, inflación, retroceso de nivel de vida y emigración masiva que producen gobiernos afines a estas ideas no fue suficiente para que los colombianos aprendiéramos de la experiencia de otros y evitáramos tener que probar directamente las consecuencias de un proyecto progresista. Ya metidos en este cuento, es de gran importancia entender por qué el aparentemente virtuoso discurso del Progresismo fracasa en la práctica.

El Progresismo es un tipo de colectivismo - visión donde el grupo prevalece sobre el individuo- que se funda en la búsqueda abstracta de la justicia social a través del intervencionismo estatal. Parte del axioma de que, pese a que todos los seres humanos somos potencialmente iguales, las diferencias entre grupos se deben a fuerzas externas como la discriminación y la explotación.

A su juicio, estas fuerzas impiden que distintos grupos, bien sea clases, géneros, etnias o naciones, logren resultados económicos iguales o comparables. Por ello, el Estado debe corregir esos desequilibrios y aspirar a lograr la ansiada justicia social, nunca definida con precisión.

El Progresismo está condenado a fracasar por dos razones principales. En primer lugar, porque ignora la insatisfacción inherente a la naturaleza humana. Como resume con claridad Yuval Noah Harari, “el homo sapiens no está construido para estar satisfecho. La felicidad humana depende menos en condiciones objetivas y más en nuestras propias expectativas. Y las expectativas tienden a adaptarse a las condiciones, incluyendo las de otras personas. Cuando las situaciones mejoran, las expectativas se inflan, por lo cual una mejora dramática en las condiciones objetivas nos deja tan insatisfechos como antes.”

Por ello, este autor pronostica, a partir de la observación de pilotos ejecutados, que un programa de renta básica universal que mejore las condiciones objetivas de las personas no contribuirá a resolver el descontento social. El Progresismo tampoco lo hará, ya que la insatisfacción es inherente al humano, así los beneficios, privilegios y subsidios de distintos grupos incrementen constantemente, a costa de otros grupos.

En segundo lugar, el Progresismo fracasa porque incurre en la falacia de las fichas de ajedrez. Como reconoció Adam Smith, “en el gran juego de ajedrez de la sociedad, cada ficha tiene sus propios principios de movimiento”. El Progresismo ignora la autonomía de cada ficha y parte de la pretensión de reorganizar completamente el tablero, para obtener un nuevo orden más justo.

Al hacerlo, el Estado genera innumerables distorsiones en las expectativas y en los incentivos de las personas que alteran sustancialmente su conducta. Estas alteraciones llevan al freno de actividades productivas y a la reconducción de esfuerzos hacia actividades improductivas como la captación de rentas estatales o la búsqueda de privilegios legales, dañando las bases de la generación de riqueza y prosperidad de un país.

Más allá de factores específicos de cada caso, como la incapacidad de ejecución o la inviabilidad de sus reformas pretendidas, estas dos causas estructurales son común denominador del fracaso de cualquier proyecto progresista.

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