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Analistas 25/10/2022

Camino de servidumbre colombiano, 2

Andrés Felipe Londoño
Asesor en transformación digital legal de servicios financieros

El colectivismo es la visión según la cual los intereses de algún colectivo abstracto, llámese Pueblo, Nación, minoría o sea cual sea, deben prevalecer sobre los de los individuos. Ante su creciente presencia en Colombia, propulsado ahora por la justificación intelectual de Mariana Mazzucato, es esencial continuar reviviendo las contundentes advertencias de Friedrich Hayek sobre este peligroso camino de servidumbre:

Cuarto, de todas las formas de intervención estatal la más nociva frente a la libertad “es la planificación destinada a proteger a individuos o grupos contra unas disminuciones de sus ingresos que, aunque de ninguna manera las merezcan, ocurren diariamente en una sociedad en régimen de competencia”. Su peligro radica en que (i) “cuanto más intentamos proporcionar seguridad plena, mediante intromisiones en el sistema del mercado, mayor se hace la inseguridad y mayor se hace el contraste entre la seguridad de quienes la han obtenido como un privilegio y la creciente inseguridad de los postergados”; (ii) la remuneración deja de mantener relación con la utilidad social, conduciendo al mantenimiento artificial de privilegios en sectores poco productivos que desaparecerían sin las distorsiones arbitrarias generadas por el Estado; y (iii) los privilegios se mantienen en tanto los sectores privilegiados satisfagan a sus superiores, sacrificando su libertad en pro de su seguridad.

Quinto, el intervencionismo estatal en el colectivismo es cada vez mayor y más arbitrario. Dada “la estrecha interdependencia de todos los fenómenos económicos se hace difícil detener la planificación justamente en el punto deseado. Una vez obstruido cierto límite el libre juego del mercado, el planificador se verá obligado a extender sus intervenciones hasta que lo abarquen todo.” “En cuanto el Estado hace algo, su acción provoca siempre algún efecto sobre quién gana y sobre qué, cuándo y cómo lo gana”. Además, ante la imposibilidad práctica de lograr una distribución absolutamente igualitaria, el Estado se ve forzado a perseguir arbitrariamente una sociedad “más justa y equitativa”, lo cual lleva “a decidir sobre la importancia relativa de los diferentes fines y de los diferentes grupos y personas”.

Sexto, el colectivismo conduce “al gobierno de los peores elementos de la sociedad”. Ello se da porque: (i) “apela a los principios morales e intelectuales más bajos, donde prevalecen los más primitivos y comunes instintos y gustos”, prescindiendo de los matices de la racionalidad; (ii) “obtiene el apoyo de los dóciles y crédulos, que no tienen firmes convicciones propias, sino que están dispuestos a aceptar un sistema de valores confeccionado si se machaca en sus orejas con suficiente fuerza y frecuencia. Son los de ideas vagas e imperfectamente formadas, los fácilmente modelables, los de pasiones y emociones prontas a levantarse, quienes engrosarán las filas del partido totalitario” y (iii) “le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un programa negativo, sobre el odio a un enemigo, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea positiva.

La contraposición del nosotros y el ellos, la lucha contra los ajenos al grupo, parece ser un ingrediente esencial de todo credo que enlace sólidamente a un grupo para la acción común.” “El enemigo, sea interior o exterior, parece ser una pieza indispensable en el arsenal de un dirigente totalitario.” Como la comunidad precede al individuo, “solo aquellos individuos que laboran para los fines considerados comunes pueden ser considerados como miembros y su plena dignidad le viene de su condición de miembro y no simplemente de ser humano”. El colectivismo no admite matices y cualquier oposición es enemistad.

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