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La democracia es un sendero de nunca acabar y trasegarlo exige delicados cuidados en los terrenos de las palabras, actitudes, hábitos y procedimientos.
Hoy la democracia está a prueba a nivel global y local.
Cada vez más prosperan voces que denuestan de ella, allanando el camino a patéticos autócratas aliados con empresas transnacionales de corrupción, fenómeno descarnadamente descrito por Anne Applebaum en su libro “Autocracias S.A.”, de necesaria lectura sí, aunque estruje el alma, produzca náuseas y/o haga sentir al lector como un candoroso Forrest Gump de la cosa pública.
Una democracia sostenible exige equilibrios.
El más natural equilibrio es entre las ramas del poder público: ejecutiva, legislativa y judicial.
En Colombia ese equilibrio ha ganado inestabilidad en los tiempos que corren: se desacatan sentencias de altas cortes, se desconocen competencias del legislativo y el Gobierno cabalga en un presidencialismo atávico que empieza a mostrarse como un caballo viejo que todo lo quiere decretar.
El equilibrio entre ramas del poder público ha ganado inestabilidad por el creciente traslape de funciones en las que una rama asume competencias naturales de otras, dejando letra muerta muchas normas y también provocando sustituciones normativas que destruyen la arquitectura constitucional y jurídica del país.
Otro equilibrio fundamental es el que debe existir entre el gobierno central y las entidades territoriales. A pesar de la Constitución del 91, el país después de un entusiasmo descentralista ha reincidido en procesos de recentralización; en este contexto, se explican iniciativas que reivindican la autonomía local como la reforma al Sistema General de Participaciones y un referendo por la autonomía fiscal en ciernes.
El otro necesario equilibrio en una democracia sostenible es el que se debe dar entre las competencias, funciones y procedimientos de la democracia representativa y de la democracia participativa. En democracia, la representación y la participación están para complementarse y no para sustituirse entre ellas o mantenerse en colisión.
En Colombia, la democracia representativa se ha envilecido a punta de clientelismo burocrático y transacciones poco transparentes para el público en general, entre los poderes ejecutivos, el poder legislativo y las corporaciones públicas.
En este debilitamiento de la democracia representativa, nadie termina a la final representando a nadie, pero sí enquistando en el Estado una red de negociantes cazadores de rentas públicas que operan en zonas fronterizas entre lo legal y lo ilegal.
La democracia participativa y sus diversas materializaciones como el plebiscito, el referéndum, la consulta popular, entre otras, se ha visto sometida a veleidades populistas y cálculos electoreros.
Al pueblo se le convoca a pronunciarse sobre unos temas, en algunos casos redundantes e innecesarios, en otros casos abstrusos y casos se han visto, se les consulta, para al final, no acatar su decisión.
Una democracia sostenible necesita más y mejor democracia representativa rescatada de las garras del clientelismo corruptor, así como de más y mejor democracia participativa rescatada de fórmulas populistas que erosionan la vida republicana.
La marcha del 15 de junio no resolverá los problemas estructurales del país, pero sembró algo más poderoso: conciencia. Y donde hay conciencia, hay responsabilidad y donde hay responsabilidad, hay futuro, hay país.
Más que un elemento paisajístico útil como referencia de ubicación en Bogotá, nuestros cerros orientales han sido el telón de fondo de miles de historias de más de 10 millones de personas
Guiar a alguien a descubrir su llamado es ayudarle a escuchar lo que ya está ahí dentro de su ser, es dar lenguaje a la intuición, alimentar sus aptitudes y los espacios para expresarlas