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Analistas 10/05/2023

Lo urgente y lo importante

Alfredo Sarmiento Narváez
La República Más

Colombia, al igual que muchos países latinoamericanos, tiene un menú amplio de retos políticos, sociales, económicos, ambientales y culturales de alta complejidad que hacen imperativa y apremiante una solución si queremos garantizar la sostenibilidad de la democracia.

Primero, abusando de la paciencia del lector, enumeremos a manera de larga y monótona letanía algunos retos a resolver: la Inseguridad, la corrupción, la pobreza, la inflación, el desempleo, los efectos del cambio climático, las fragmentaciones territoriales, la diversidad étnica, la emergencia de nuevos grupos identitarios a nivel rural y urbano, la baja calidad de la educación básica y media, la baja cobertura de la educación superior, la calidad de la salud, la viabilidad de su sistema pensional, el acceso al crédito y la bancarización, la transición energética, la conservación del patrimonio cultural tangible e intangible, la conectividad territorial, fluvial, aérea y digital de los territorios, el fortalecimiento de la ciencia y la tecnología, la profundización de las relaciones universidad - empresa - Estado - comunidad, la profundización de la autonomía y la democracia en las organizaciones de la sociedad y comunidad civil, el restablecimiento del equilibrio de poderes y la restauración de la vocación original de cada rama del poder público (que el poder ejecutivo ejecute, el poder legislativo legisle y el poder judicial cuide el ordenamiento jurídico y no como lo hacen ahora, el ejecutivo legisla más que ejecuta, el poder legislativo perdió su iniciativa legislativa y el poder judicial coadministra con sus sentencias), la baja cultura tributaria y la reactiva cultura a los impuestos, lo conectividad eléctrica, la cobertura y calidad del saneamiento básico, el acceso a vivienda, el fortalecimiento de las cadenas productivas y la productividad del capital, la tierra, el trabajo y el conocimiento, el hambre, el mejoramiento de nuestras prácticas de comunicación social y política, la pacificación de nuestros estadios, la integración latinoamericana, hemisférica e internacional.

Hasta aquí una lista de retos complejos ciertamente no exhaustiva pero ya de suyo, exigente y demandante.

Todos esos retos sin duda hay que abocarlos con sentido de urgencia, con claridad de que se tratan de problemas complejos que no resisten ni aplazamientos, ni soluciones simplistas y tampoco aproximaciones que terminen complicando y enredando lo que es ya complejo.

Dicho lo anterior, hecha la relación de retos urgentes por solucionar, hay que garantizar una sola cosa como lo absolutamente importante: la solución de estos retos debe hacerse sin populismo.

Cada uno de esos retos puede caer en la trama y trampas propias del populismo: diagnósticos catastrofistas, soluciones simplistas y reduccionistas, discursos maniqueos del estilo “tan buenos, bonitos e inteligentes nosotros y tan feos, malos y brutos los otros que no piensan igual”, manipulación de información, tonos mesiánicos y liderazgos caudillistas y totalitarios.

El populismo es ácido sulfúrico para la democracia. Más y mejor democracia apela ciertamente a lo popular; nunca lo popular es sinónimo de populismo.

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