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Analistas 05/02/2022

¿Alguna vez has estado en crisis?

Alfonso Aza Jácome
Profesor de Inalde Business School
Analista LR

Si te han hecho esta pregunta y no has sabido qué responder, posiblemente no has pasado nunca por esta situación. Hay pocas personas que jamás han tenido una crisis importante en sus vidas. No me refiero a esos desengaños que suceden a veces, cuando no se cumplen las expectativas laborales, sentimentales o económicas sino, más bien, a esas rupturas profundas que desencadenan consecuencias importantes en la propia vida y en las de las personas que están alrededor.

Sin ánimo de ser tachado de profeta de desgracias, me atrevería a decir que esas crisis vitales terminan llegando tarde o temprano; solo es cuestión de tiempo. Esas pruebas llegan de modo inadvertido, lo revuelcan todo y nos dejan sin entender qué fue lo que pasó. Es posible, también, que comiencen de forma larvada y, poco a poco, como la gota que va horadando una roca, se transforman en una situación que nos sobrepasa. En ese momento, se nos viene el mundo encima y todo lo que parecía seguro y firme se trastoca en precario y confuso. Las certezas desaparecen y la sensación de estar perdido y a la deriva es total.

Como decía alguien, de una crisis no se sale igual: o salimos mejores o salimos peores.

Para complicar más las cosas, esas crisis se viven, por lo general, en primera persona y se sobrellevan en medio de la soledad. Pensamos que nadie más pasa por lo mismo que nos toca soportar, o que difícilmente entenderían lo que nos sucede. Por eso, son más arduas y difíciles de superar. Es como un viaje solitario al interior de uno mismo, a nuestro centro escondido, inaprensible ni por nuestra razón ni por la de nadie.

Es un viaje a lo más profundo de nuestro “yo”, al lugar de la verdad, allí donde elegimos. Al final de ese recorrido, nos damos cuenta de que la única certeza clara es la idea de nuestra propia pequeñez y vulnerabilidad. Es el momento de reconocer nuestra debilidad. Somos impotentes frente a un problema y la solución está fuera de nuestro alcance.

La sensación de vacío o frustración, esa impresión de que carecemos de esto o aquello, proviene a menudo del hecho de revivir el pasado entre lamentos y decepciones o de proyectar el futuro cargados de temores o vanas esperanzas, en lugar de habitar cada segundo acogiéndolo tal como es. Pensar en esta realidad del instante presente es muy liberador y comienza a aparecer algo de luz al final del túnel: por muy desastroso que haya sido mi pasado, por muy incierto que parezca mi futuro, al menos, puedo gestionar el “ahora”.

Y luego, otro aspecto positivo que aparece en medio de ese desaliento es la ocasión de comprender quiénes somos en realidad. Las situaciones que nos hacen crecer son precisamente aquellas que no dominamos. Hasta que no somos probados por la contradicción, no sabemos de lo que somos capaces, para bien o para mal. No sabemos quiénes somos hasta que llega el momento de la prueba. Por eso, las pruebas por las que se pueda atravesar en la vida no poseen otro sentido que el de destruir cuánto hay de artificioso y aparente en la personalidad, de modo que pueda emerger nuestro ser auténtico y sepamos lo que somos realmente. Al final, son momentos beneficiosos porque ayudan a poner la identidad allí donde realmente está. Son momentos en los que descubrimos la verdad sobre nosotros mismos; y, por tanto, somos más libres, aunque no lo parezca.

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