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¿Hasta dónde nos impulsa el ego y desde dónde inicia el verdadero propósito? El ego personal y el propósito superior son dimensiones que nos acompañan de manera inevitable en nuestra vida profesional. Aunque a veces parecen estar encontradas, ambas pueden convertirse en aceleradores hacia el camino de conseguir resultados en las organizaciones.
El ego, entendido como la necesidad de reconocimiento, de destacar, de sentir que nuestra voz cuenta y, en algunos casos, la búsqueda de poder, frecuentemente se convierte en el motor que permite la innovación, el liderazgo de proyectos de alto impacto y la toma de decisiones que transforman realidades. El propósito representa una visión colectiva, el sentido que traspasa lo individual y conecta con el objetivo común, con la finalidad de lograr un impacto duradero que muchos profesionales buscan infundir en las empresas.
La dificultad surge cuando la dinámica empresarial, con indicadores de corto plazo, métricas de eficiencia y sistemas de incentivos, genera tensiones entre estas dos perspectivas. Es así como, aunque el ego puede convertirse en un potenciador, en un contexto de cultura empresarial débil y políticas poco claras, puede derivar en rivalidades internas, conflictos de comunicación o decisiones centradas en el protagonismo individual. Además, puede limitar la colaboración y debilitar la construcción de confianza.
Sin embargo, es en ese choque donde reside la verdadera oportunidad. El ego nos impulsa a sobresalir, pero puede encontrar en el propósito un horizonte más amplio que lo enriquece y lo orienta. Allí se genera un entorno beneficioso que permite aportar con iniciativas, empuje y ambición, movilizando a los equipos de trabajo.
Los directivos que logran balancear el talento humano en estas dos fuerzas suelen ser aquellos que rápidamente difunden una cultura de coherencia, donde los comportamientos se convierten en acciones medibles no solo por el número estricto, sino también por la forma en que se alcanzan. Una cultura en la que se reconoce a quien contribuye a la misión de la empresa, a quien ayuda a fortalecer la confianza y a abrir espacios para que el propósito superior sea la vida cotidiana de los colaboradores.
Es imposible suprimir nuestro ego: hace parte de nuestra naturaleza humana. Debemos imprimir con fuerza la pasión y la ambición, aceptando que somos seres con intereses particulares pero con vocación de trascendencia en lo colectivo. Si logramos articular esas dos dimensiones, no solo seremos más plenos en lo personal, sino que también construiremos empresas más sostenibles, coherentes y capaces de dejar un legado que vaya más allá de los resultados.
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