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Analistas 01/09/2021

La verdadera educación

Alejandro Moreno Salamanca
Director general Inalde Business School

En un mundo donde cada vez es más protagónico el conocimiento técnico y especializado, se corre el riesgo de asumir que la educación equivale a la instrucción. Si bien es cierto que sin el desarrollo tecnológico no hubiera sido posible sacar a tanta gente de la pobreza como hasta ahora, ni consolidar las más grandes empresas de nuestro tiempo y que sin la matemática, la física o la química no existiría Silicon Valley, esto no implica que la tarea educativa sea meramente científica o deba limitarse únicamente a la instrucción.

Nuestras sociedades se beneficiarían mucho consiguiendo que todas las personas contasen con mejor conocimiento técnico, pero aún más con ciudadanos que supiesen hacerse las preguntas correctas. Colombia y el mundo necesitan personas que sepan cuestionar la manera en que su entorno les ha enseñado a vivir y a decidir. Necesitamos ciudadanos que no se conformen con no hacer el mal, que piensen cómo podrían conseguir un orden social más justo y que se decidan a procurarlo.

Educar es enseñar a vivir de manera reflexiva, a cuestionar todo con recta intención, a vivir con deseo de conocer y a amar con pasión la verdad. Educar implica enseñar a tener humildad y a reconocer que muchas veces el otro es quien acierta, así como enseñar que el otro también es fuente de sabiduría y enriquecimiento. Dado que la persona es siempre perfectible, la educación es una tarea inagotable. Siempre se puede ser más educado, mejor persona y, aun cuando se actúa bien, se puede mejorar.

La mayoría de las personas no le hace daño a los demás de manera explícita, pero, cuánto bien haríamos si todos viviésemos la vida de manera más reflexiva. A veces nos parecen normales, por ejemplo, las reglas de convivencia de nuestra copropiedad, de nuestro club social o la manera en que nuestros abuelos se dirigen al personal de servicios. Pensamos que en el fondo no hay nada de malo, pues cumplimos las exigencias de ley frente a esas personas. Es cierto que dar empleo y pagar prestaciones de ley son cosas buenas. Pero, una persona verdaderamente educada debería tener la valentía de pensar si es justo y verdaderamente humano la manera en que su abuelo da órdenes a los meseros, o las condiciones de vida que su familia ofrece a la empleada de servicio doméstico, o la exigencia del uniforme a su niñera para ingresar a su club social.

Vivimos un tiempo en que en especial los jóvenes, son, afortunadamente, cada vez más sensibles a estos temas. La protesta social, fenómeno mundial, nos debe llamar a la reflexión. A quienes nos vamos haciendo mayores, hay muchos temas que nos parecen normales, tal vez porque así han sido siempre, o porque así nos lo enseñaron nuestros padres. Sin embargo, la verdadera educación nos debería invitar a abrirnos a la genuina búsqueda del bien de las cosas.

Una persona con buena educación está abierta a entender el mundo de nuevas maneras, no porque el bien cambie, pues lo bello, lo valioso, lo bueno es estable, sino porque su interpretación y aplicación le animan a buscar mejores y más justas maneras de vivir, de acuerdo con sus circunstancias y posibilidades.

A quienes nos dedicamos a tareas de gobierno de personas, no solo los educadores, sino padres de familia, empresarios y directivos nos corresponde reflexionar sobre nuestra responsabilidad más grande: educar. Educar es instruir, pero también es formar.

Un verdadero líder es quien enseña a actuar con recta intención, a poner sus capacidades al servicio de los demás y a defender y promover la dignidad del ser humano. Educar implica, primero que todo, respetar la libertad de cada persona, pero también, y con el mismo nivel de importancia, enseñar a los demás a pensar, a reflexionar y a cuestionarse siempre sobre cómo alcanzar la justicia.

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