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Analistas 17/02/2021

La diplomacia científica

Alejandra González
Jefe de Cooperación Internacional y Visibilidad, U. de La Sabana
Analista LR

Desde el inicio de la pandemia, se ha observado un trabajo sin precedentes entre diversos grupos de investigadores en el mundo con el fin de alcanzar un objetivo común: la vacuna contra el covid-19. Esta carrera se convirtió en una oportunidad de colaboración internacional, al compartir informaciones y avances por medio de acciones de ciencia abierta entre redes y grupos de científicos, incluso entre países con relaciones diplomáticas delicadas.

Las pandemias hacen parte de los llamados “problemas perversos” y requieren soluciones donde converjan las diversas regiones del mundo. Temas como la pobreza, desigualdad, cambio climático y demás objetivos de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, e incluso las denominadas tierras “de nadie” como mares/océanos, la Antártida y el espacio estelar son ámbito de discusión en esferas de poder entre los países, para llegar negociaciones sobre su uso, exploración o explotación.

Los llamados problemas perversos se han exacerbado a raíz de la pandemia y es evidente que para alcanzar los objetivos de la Agenda 2030 se van a requerir más y nuevas formas de colaboración entre los países, menos competitivas, y que incluyan nuevos actores más allá de los tradicionales de la diplomacia como los gobiernos. Redes de científicos, y la academia por supuesto, están llamados a ser proactivos en la búsqueda de soluciones colectivas a los desafíos planteados.

La diplomacia científica, entendida como las acciones que se adelantan en la interfaz entre la ciencia y la diplomacia, es un buen mecanismo para promover el trabajo colaborativo entre científicos de diferentes países, para trabajar en la solución a retos comunes. Muchos países cuentan con políticas y estrategias de diplomacia científica para promover la colaboración alrededor de los retos globales, pero también para impulsar intereses nacionales. Panamá ya cuenta con una política y unas iniciativas a nivel gubernamental.

Sin embargo, salvo algunas excepciones, es un tema que parece no haber tocado aún la puerta de las universidades en Latinoamérica. Una buena estrategia de diplomacia científica depende de la capacidad de contar con personal científico interesado y con las competencias necesarias para interactuar con diplomáticos o con personas que se mueven en ámbitos internacionales en los que se negocian acuerdos estratégicos alrededor de temas que tienen un fuerte componente científico. Las universidades deberían facilitar actividades y programas para desarrollar dichas competencias.

Centros de pensamiento, de investigación y de innovación, también pueden promover y facilitar los mecanismos para que la investigación contribuya a la búsqueda de soluciones a las problemáticas globales y locales. Esto acercaría la investigación de las universidades a otros sectores de la sociedad. Con voluntad política, podría contribuir a la toma de decisiones basadas en evidencia y posicionaría la investigación en las discusiones científicas alrededor de temas de interés global.

Las universidades no deben desconocer su rol frente a estas dinámicas internacionales de colaboración y deben reflexionar sobre su responsabilidad, especialmente cuando los problemas, por más globales que sean, están afectando a nuestras familias y comunidades.

Con la colaboración de Luisa Echeverría, consultora de Educación Superior

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