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Inteligencia emocional, lo que no puede faltar en un gerente

lunes, 4 de marzo de 2013
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Fernando Albán Díaz del Castillo

Quienes siguen la evolución y desarrollo de los alumnos que ocuparon los primeros puestos en las etapas escolares y universitarias, cada vez se convencen más de que los éxitos académicos no necesariamente predicen los logros profesionales.

De igual forma, no por tener un coeficiente intelectual por encima del rango considerado como normal o superior (90 - 109 y 110 - 119), una persona tiene garantizada una posición relevante en la etapa laboral de su vida.

Según Daniel Goleman, conocido psicólogo estadounidense, es la inteligencia emocional y no el coeficiente intelectual, lo que puede predecir el éxito que un niño podría alcanzar en su vida; un experimento realizado en la Universidad de Princeton y conocido como el caso de los malvaviscos o “masmelos”, como les decimos en Colombia, confirma su teoría.

El ejercicio consistía en sentar aisladamente a niños de 4 años frente a un plato con un masmelo. El entrevistador le decía al niño que iba a salir un momento del salón y que si quería podía comerse el masmelo, pero que si no lo hacía, a su regreso le daría un segundo masmelo y entonces podría comerse los dos. Lo que pretendía el experimento era identificar a los niños capaces de dominar sus emociones, de los que no y seguir la evolución de los dos grupos, a lo largo de 40 años.

Cuando 14 años más tarde, los participantes en el ejercicio se graduaron, se encontró que los que se comieron el masmelo eran estudiantes que se derrumbaban con mayor facilidad ante la presión y eran personas irritables que se enfadaban con frecuencia; por el contrario, los que pudieron esperar, eran jóvenes más tranquilos y populares en la escuela; enfrentaban los problemas de mejor manera, simpatizan con las demás personas y mantenían sus objetivos con mayor facilidad.

En los exámenes de ingreso a la universidad, los que resistieron alcanzaron una ventaja de 210 puntos sobre el grupo que sí comió; esta diferencia es la misma que se encuentra entre estudiantes que provienen de familias donde los padres tienen estudios universitarios y los que provienen de familias cuyos padres no tienen educación superior. Se puede concluir entonces que la inteligencia emocional es la capacidad de controlar las emociones, para reaccionar adecuadamente ante las diferentes situaciones.

En el mundo laboral, la inteligencia emocional ha ido ganando importancia; factores como la empatía, que es lo que nos permite relacionarnos con las personas, son fundamentales para conseguir una comunicación abierta y clara y poder trabajar de manera armoniosa y en equipo. La empatía tiene que ver también con la habilidad de escuchar, que es determinante para poder entender cómo se sienten las personas y construir confianza.

Los gerentes que han desarrollado su inteligencia emocional, toman sus decisiones no solo basados en la información disponible; su intuición juega un papel importante en el proceso. Son personas optimistas y con alta motivación al logro, lo cual es crucial para alcanzar el éxito y tiene muy desarrollada su capacidad de persuasión, para conseguir objetivos con la colaboración de terceros. No menos importante es la habilidad social, pues los negocios se mueven en torno a relaciones y son personas capaces de solucionar creativamente los conflictos que enfrentan. Mientras que el coeficiente intelectual se mantiene a lo largo de la vida, podemos trabajar para cambiar la forma como reaccionamos ante ciertos estímulos.

Evitando caer en “el secuestro de la amígdala”
Según explica Daniel Goleman, la memoria de las emociones y las reacciones ante estímulos como la presión y el peligro, se concentran en la amígdala, una parte esencial del cerebro que actúa cuando algo repentino sucede, generando reacciones como la furia, el temor, el deseo de huir o de luchar. Pero antes de que se produzca la reacción, la orden pasa por el lóbulo prefrontal del cerebro, que tiene la capacidad de razonar y de inhibir la orden enviada por la amígdala. Con esto se puede evitar lo que Goleman define como “el secuestro de la amígdala”, que son aquellos momentos en que una persona actúa poseída por la ira y termina diciendo o haciendo cosas con las cuales arruina su vida laboral.

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