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Las prohibiciones, o los rumores de ellas, siempre son polémicas. Si no, que se lo digan a Ségolène Royal, que hace unas semanas tuvo que ver cómo su nombre se asociaba a una ‘despampanante’ prohibición: la de usar escotes excesivos.
La titular del Ministerio de Ecología, Desarrollo Sostenible y Energía francés se apresuró a desmentir el puntiagudo tema en Twitter. ‘Le Point’, que sacó a relucir los escotes, también aseguró que Royal había aconsejado no fumar ni en el ministerio ni en sus espacios abiertos.
Lo cuestionable es si estas normas pertenecen al ámbito profesional. “Cuando la prohibición afecta lo personal, hay algo que no funciona bien en la relación empresa-empleado”, explica José Cobo, de la escuela de negocios ESCP Europe.
Una fina línea que es peligroso traspasar y que delimita Custodia Cabanas, de IE Business School: “si un directivo prohíbe, se le va a percibir negativamente. Sin contar con que las restricciones pueden afectar a la productividad del trabajador, porque no tiene el control de lo que hace”.
“No hay que imponer, sino convencer al equipo de por qué es necesario un cambio. Por ordenar no vas a ser más líder”, señala José Ramón Pin, de Iese.
El código al vestir es un tema espinoso entre CEO y trabajador. Los tres expertos coinciden en que lo importante es que se diferencie entre el tipo de compañía y la visibilidad del empleado en cuestión.
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Durante su estadía, liderará seminarios sobre metodologías cualitativas de investigación dirigidos a estudiantes de pregrado, maestría y doctorado