La gestión sostenible de una empresa ha pasado de ser una moda a ser lo mínimo deseable: es decir que quiénes toman decisiones dentro de las empresas (desde los directivos y accionistas, hasta los empleados de cualquier nivel), analicen las consecuencias de sus decisiones en el medio ambiente y en la sociedad.
No es mucho lo que se está pidiendo: minimizar el daño al medio ambiente y buscar mayores beneficios a los empleados, proveedores, comunidades y demás personas que se relacionen con la empresa, parece lo lógico.
Se trata de “subir la vara”: pasar de esperar que las empresas cumplan la ley, como mínimo, a que hagan una gestión sostenible, como mínimo. Aunque no tengan presiones de mercado, riesgos muy evidentes o grandes críticas por parte de los grupos de interés. De manera paralela, podemos pensar en que desarrollar una empresa o actividades al margen de la ley es más o menos riesgoso dependiendo del país en el que se esté por las diferencias en la fortaleza y eficacia de los mecanismos de control y justicia que existen, e incluso en la tolerancia de la sociedad frente a estas actividades. Sin embargo, esto no lo hace más o menos reprochable dependiendo de en dónde se esté. Con o sin controles fuertes, actividades al margen de la ley deben ser igual de reprochables. Con o sin presiones, la gestión sostenible debe ser el mínimo para cualquier empresa.
El camino es largo: lograr que la mayoría de empresas hagan su gestión bajo estos parámetros mínimos es todavía un escenario que no hemos alcanzado; y a esto debemos sumarle que hoy en día se ha venido evidenciando que este mínimo no está generando impactos significativos en el desarrollo sostenible.
La responsabilidad social y la sostenibilidad en las empresas tiene que ir mucho más allá de este mínimo (de la gestión responsable, de hacer las cosas bien) para generar las transformaciones que soñamos para futuras generaciones. Académicos, emprendedores y empresarios ya están pensando en esto. Conceptos como el de Empresas B o responsabilidad social territorial le apuntan a generar una transformación al sistema actual.
Las empresas B utilizan el poder del mercado para resolver problemas sociales y medioambientales y, a diferencia de otras empresas, no están obligadas a poner por encima de cualquier otro interés el lucro de sus accionistas (maximización de utilidades); además, quienes promueven el desarrollo de este tipo de empresa tienen como objetivo crear una comunidad que funcione como sistema y que genere un movimiento global.
El concepto de responsabilidad social territorial lo escuché en el II Congreso de responsabilidad social, ética y desarrollo organizado por la Fundación el Nogal. Allí, el profesor francés François Vallaeys la mencionó al hablar sobre la necesidad de que todos los actores que viven en un territorio trabajen juntos desde una perspectiva más sistémica en donde todos pueden ganar, gestionando los impactos y las necesidades en una escala más local que permita transformar ese territorio. Dejar de ver la responsabilidad social como algo que puede gestionar cada empresa dentro de su propio universo.
La creatividad, la innovación, la coherencia y la colaboración se tornan en principios fundamentales de esta nueva manera de ver el papel de las empresas.
El sabio consejo del presidente de Uruguay
Apropiada resulta esta reflexión de José Mujica, presidente de Uruguay, en la cumbre Rio+20 de 2012. “ El desafío que tenemos por delante es de una magnitud de carácter colosal y la gran crisis no es ecológica, es política. El hombre no gobierna hoy a las fuerzas que ha desatado, sino que las fuerzas que ha desatado gobiernan al hombre. Y a la vida. Venimos al planeta para ser felices”.
