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Las dos obras más anunciadas por todos los gobiernos (vía al llano y túnel de la Línea) siguen en fase de construcción, suspendidas en el tiempo, como si nada evolucionara en el país
Si una persona muerta a mediados del siglo XX resucitara, pocos temas de desarrollo de la infraestructura nacional le sorprenderían, quizá le llamaría la atención que el anunciado Metro de Bogotá siga aún en maquetas a causa de los enfrentamientos conceptuales de los políticos distritales y que el proyecto del Túnel de La Línea se siga prometiendo tras casi cien años de su primera mención, pero más le decepcionaría que la ingeniería colombiana no haya resuelto la vía al Llano, la llamada puerta a la despensa agrícola del país. Los tres son los monumentos emblemáticos al subdesarrollo nacional y ejemplos fehacientes de la incapacidad que ha tenido la dirigencia nacional, regional y local en términos de recortar la brecha de atraso en autopistas, carreteras, puentes, túneles, aeropuertos y puertos. Quizá ese muerto resucitado decida volver a su tumba.
Todos los presidentes de Colombia, especialmente los que han ocupado ese cargo desde el Frente Nacional, han tenido como “caballito de batalla” las obras de infraestructura; algunos han hecho una tarea tímida con muy pocos avances, pero la inmensa mayoría no han aportado ni un solo centímetro en el sentido de dotar al país de una verdadera infraestructura que le permita avanzar en el desarrollo y ser más competitivos. Lo peor es que casi ninguno puede ufanarse de haberle dejado al país “X o Y obras” para la posteridad. Ninguno ha sido capaz de entregar en condiciones la vía al Llano, acabar el túnel de la Línea, ni mucho menos darle un empujón al Metro de Bogotá. Y eso solo por mencionar las obras más sonadas de carácter nacional en el último siglo, sin contar miles de proyectos en las regiones que siguen sumidas en el subdesarrollo vial, ahondándose la brecha de competitividad y la incubación creciente de malestar con un Estado central que capta recursos, pero que no los distribuye ni los administra con eficacia.
No se puede seguir hablando de cuarta revolución industrial ni industrias digitales o creativas si los aeropuertos se quedaron en el siglo pasado, los puertos son ineficientes, las carreteras son caminos veredales y las autopistas son solo calles destartaladas. El Plan Nacional de Desarrollo que acaba de aprobar el Congreso, y al cual le colgó docenas de artículos polémicos, debe ejecutarse en su totalidad para que la asignatura del desarrollo en infraestructura se empiece a evacuar. El Ministerio de Transporte tiene mucho que hacer en términos de desatrasar al país de ese nudo que lo tiene ahogado y postrado en todos los listados internacionales de competitividad; ningún exportador puede ganar mercado -así haya un TLC- si no tiene carreteras seguras que le permitan llevar sus productos hasta los puertos y aeropuertos. La vía al Llano es un pendiente crucial para Bogotá y Villavicencio que frustra a los empresarios en su noble intención de hacer empresa, mover los negocios y llevar desarrollo a las regiones. Ni qué decir del decepcionante túnel de La Línea que mantiene fracturado al país en dos regiones que no se pueden unir con eficiencia. Sigue siendo cierto el mito que mover un contenedor entre cualquier puerto de la cuenca del Pacífico y América, es más barato y rápido que movilizar un camión con carga desde Buenaventura y el centro del país, bien sea Bogotá o Medellín. Ni qué decir del Metro para Bogotá, que cada que se habla de él siempre saldrá un político con una idea populista para derrotarlo cualquier desarrollo.
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