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EDITORIAL

Una oportunidad o frustración de 2.219 kilómetros

martes, 27 de septiembre de 2022

La frontera entre Colombia y Venezuela es una de las más extensas del continente y, a su vez, muy activa; el comercio siempre ha estado allí, el problema es convertir delito en formalidad

Editorial

Hasta hace unos años el mercado natural de Colombia era Venezuela, y siempre ha sido así desde épocas precolombinas, solo que los gobernantes recientes se ensartaron en disputas ideológicas que enturbiaron las relaciones de compra y venta de productos y servicios. Obvio, el objetivo de los venezolanos en el poder siempre pretendió convertir el gobierno colombiano en un eslabón más de la cadena compuesta por Cuba, Nicaragua, Venezuela, Argentina y Bolivia. Ahora, con la administración nacional en manos de partidos de izquierda, la tarea es más fácil de hacer y alinear los intereses locales con el bloque socialista solo empieza a darse en múltiples frentes.

Está claro que recuperar un comercio binacional siempre existente para la formalidad, pagar de impuestos y derrotar el imperio del hampa que lo había tomado, costará bastantes años, credibilidad y recursos institucionales. Era un imperativo atrasado que Colombia y Venezuela reconstruyeran el comercio formal y le dieran nuevamente el marco de seguridad que algún día tuyo y que alcanzó más de US$7.000 millones en intercambio, hoy solo llega a unos US$300 millones. Pero las cosas no suceden de la noche a la mañana: confianza, seguridad, respeto y buenos negocios serán los elementos a fortalecer con el paso de los días. Los presidentes poco pintan en el tema, más allá de dar las garantías, el gran problema ahora será quitar ese comercio a los delincuentes que habían hecho de la frontera una jugosa mina de oro por donde iba y venía droga, armas, criminales y trata de personas.

Después de la gran frontera entre Estados Unidos y México, la de Táchira y Santander, es la más vibrante en términos comerciales y de tráfico de personas diariamente. Son 2.219 kilómetros que separan los territorios de ambos países con centenares de puntos de intercambio, es una “frontera porosa” como siempre se le ha denominado entre dos naciones distintas, complementarias, pero con rumbos distintos en materia política. Mientras allá hay una dictadura con cuentas pendientes en los tribunales internacionales de derechos humanos, Colombia se estrena con su primer gobierno de izquierda lo que no deja de ser una lotería en términos de economía de mercado y propiedad privada.

La enorme inflación venezolana ha ido menguando a tasas mensuales que promedian 20%; el devaluado bolívar solo es usado para transacciones cotidianas y oficiales, mientras que el uso del dólar prácticamente está estandarizado más no aceptado por el gobierno socialista. A estas dos situaciones macroeconómicas se suman los buenos precios del petróleo y reapertura de negocios con Estados Unidos que pronto les puede comprar unos 300.000 barriles diarios. La gran ventaja venezolana es que el petróleo y el gas lo ubican entre los países más ricos del mundo, pero su decrecimiento industrial no le permite sacarle provecho a la abundancia de recursos, por lo cual, la materia prima está allí y debe ser recuperada para ser comercializada, no obstante necesitan de inversiones y de un comercio vibrante para lograrlo, y los empresarios colombianos (con respeto y honradez) pueden ser los protagonistas del renacer venezolano, eso si los gobernantes actuales lo permiten. Claramente son países complementarios, más ahora que Colombia tuvo que atender a más de dos millones de venezolanos que salieron de su patria en la única gran diáspora en la región.

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