Sin seguridad no hay turismo ni inversión

La inseguridad e incertidumbre son los peores males que una ciudad o región pueden experimentar y unos auténticos activos tóxicos para atraer inversionistas y turistas.

Lo primero que debe garantizar un gobernante, para que lleguen capitales locales o extranjeros a un sector de la economía colombiana, es que el dinero se multiplique en medio de paz, tranquilidad, crecimiento y ambiente seguro de progreso, valores cotidianos visibles que a la vez son los que atraen turistas, y si la inversión tiene como foco proyectos de infraestructura turística, dichos valores se potencian.

Colombia ha cedido en inversión extranjera por muchos factores, entre ellos el que más pesa es la inseguridad que campea en regiones muy ricas, pero capturadas por la delincuencia —suroccidente, Catatumbo, Arauca— sentencia que se puede desprender de las cifras más recientes de la llamada inversión extranjera directa que informa cada mes el Banco de la República en su balanza cambiaria.

En promedio, si se observa detenidamente la IED en lo corrido del año, en un mes malo llegan al país unos US$550 millones, mientras que en uno bueno toca los US$1.000 millones. El último dato del Emisor dicta que la inversión extranjera cayó 17% en septiembre frente al año anterior, al ubicarse en US$602 millones, la segunda cifra más baja del año.

El sector petrolero y minería, que concentra el grueso de los capitales que llegan al país, muestra cómo la cifra se ha ido reduciendo al pasar de US$531 millones a US$509 millones, a la luz del último dato de septiembre.

La negación institucional del sector, la ideologización contra las actividades extractivas y la creciente ola de inseguridad en todos los rincones del país hacen que ese dinero no llegue y que el poco desarrollo deba ser con dinero público, sin capacidad de llegar a los capitales tradicionales que se inyectan en las regiones mineras o petroleras.

En un comienzo, el Gobierno Nacional se propuso que el turismo se convirtiera en el sector sustituto de las actividades minero-energéticas, de tal manera que el país fuera un líder mundial de la transición económica, al pasar de un foco extractivo a las llamadas “industrias sin chimeneas”, pero en el camino —a lo largo de los últimos tres años— perdió la ruta y la inseguridad no ha dejado que los ingresos por turismo sean tan representativos como los petroleros, plasmando una inédita situación, en la que a las regiones y algunas grandes capitales, no lleguen ni la inversión extranjera, ni los turistas, en un doble fracaso.

Limpiar de delincuentes una ciudad o un departamento es una labor que lleva años, máxime si las actividades ilegales son endémicas en donde hay generaciones de delincuentes que han mutado de delito en delito.

La solución debe ser en paralelo, por un lado, la presencia institucional con infraestructuras sociales y reducción de las precariedades; y por el otro, el ataque frontal a los delincuentes que mutan y se transforman.

Por ejemplo, el peor enemigo de los inversionistas en las zonas rojas ahora es la extorsión, un flagelo al que no se le ha puesto atención y que no deja que los empresarios lleven desarrollo en regiones con alto potencial, y que muchas veces se convierte en atracos, secuestros y asesinatos.

La correlación entre poca inversión y alta inseguridad es una ecuación muy fácil de entender, pues tiene una relación directa: mayor inseguridad, menor inversión y llegada de turistas.