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EDITORIAL

Ser trabajador informal “paga”

martes, 15 de enero de 2019

Todos los jugadores económicos tienen que luchar contra la idea muy extendida de que ser informal es mejor que gozar de la formalidad.

Editorial

El grueso de los trabajadores informales llena los espacios en donde la institucionalidad no existe o no alcanza a llegar y en donde los empresarios que generan empleo formal no logran avanzar por la excesiva normatividad laboral o la asfixia tributaria. Son dos caras de la misma moneda que deben unirse para luchar en contra de la cultura muy extendida en Colombia de que ser informal vale más la pena que pertenecer a la economía formal. Es un hecho inocultable que casi la mitad de la población económicamente activa es informal, no solo porque el sector privado no ha logrado expandir sus negocios generando nuevos empleos, con todas las condiciones laborales legales, sino porque muchos de ese 48% de informales tienen la mentalidad de que ser informal vale la pena, pues no tienen horarios, jefes, ganan plata fácil y se pueden ir de vacaciones cuando quieren.

En el trimestre comprendido entre septiembre y noviembre, la proporción de ocupados informales en las 13 ciudades y áreas metropolitanas fue 46,9% y para el total de las 23 ciudades y áreas metropolitanas fue de 48,1%, una cifra que se mantiene anclada en el país. Y de esa 23 ciudades y áreas metropolitanas, las que presentaron mayor proporción de informalidad fueron: Cúcuta (70,1%), Santa Marta (66,3%) y Sincelejo (65,6%). Las ciudades con menor proporción de informalidad fueron: Manizales (38,8%), Medellín (41,5%) y Bogotá (42,0%). El Dane plantea que en las 13 áreas metropolitanas hay 5,78 millones de trabajadores formales, mientras que los informales llegan a 5,1 millones, es decir, hay más formales que informales, pero la tendencia no avanza.

En las 23 áreas que mide el Dane, los informales llegan a 5,8 millones de personas y los formales a 6,2 millones. Y así las cosas, lucha contra la informalidad debe ser un imperativo para los gobiernos locales, regionales y nacional; hay que sensibilizar a la población que entra al mundo laboral que la informalidad no es futuro, pues no hay seguros para un buen futuro en necesidades básicas como la salud y las pensiones. Hay varios tipos de informalidad en la fuerza laboral colombiana; una tiene que ver con el grupo capacitado que no encuentra un trabajo formal y se debe dedicar a las ventas callejeras o a los trabajos temporales remunerados por horas o por contratos verbales, y otro gran grupo lo conforman personas que no están capacitadas, no han recibido ningún tipo de educación y hacen de las calles de las áreas metropolitanas su forma de vida, que dicho sea de paso, puede ser más rentable que trabajar en alguna empresa formal.

Hay dos fenómenos sobre los cuales advertir en torno a la informalidad laboral en Colombia: el primero tiene que ver con la llegada de miles de venezolanos a todos los rincones de Colombia que huyen del fracaso del modelo económico de su país, y otro, la cultura de la informalidad rural que ocupa más de 70% de las opciones laborales en el campo. Las dos situaciones deben ser atajadas a través de políticas públicas concertadas con el sector privado a través de flexibilizaciones en la normatividad. Tanto la diáspora venezolana como la migración del campo a la ciudad, son fenómenos reales que deben ser canalizados hacia el sector formal de la economía, pues de lo contrario esta mano de obra puede ser captada por las fuerzas del contrabando, y por qué no, por la delincuencia.

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