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Ningún país de apariencia desarrollada está en la situación de Grecia que cada día nos sorprende más con sus decisiones políticas y económicas.
Las elecciones en Grecia que dieron el triunfo a Alexis Tsipras y a su partido de izquierda Syriza, ratificando la continuación del proceso de buscar una salida a la crisis económica, es una puerta que se abre y da cierta tranquilidad a quienes han liderado las negociaciones del rescate a uno de los países con menos poder en el bloque de la Unión Europea. Sin embargo, aunque la decisión del pueblo griego está siendo destacada como una señal de madurez política y gran responsabilidad, la evaluación tiene que ir mucho más allá y no debe dejarse de lado que la paciencia y resistencia de los agobiados ciudadanos tiene límite. El país ha visto perder la cuarta parte de su PIB luego de un gran ajuste económico y social y pese a ello sigue en recesión; el desempleo alcanza un dramático 25%, la banca está muy debilitada y no hay señales de que el control de capitales se pueda suspender en el corto plazo, lo que indica que todavía queda mucho por escribir antes de siquiera pensar que todo está arreglado.
Lo que viene no es nada fácil para los griegos y aunque el nuevo mandatario haya dicho que “Grecia es sinónimo de lucha y dignidad”, la realidad es que la agenda de reformas que deberá emprender en forma inmediata, produce preocupación sobre la capacidad menguada de “aguante” por la que han tenido que pasar. Esas reformas incluyen nuevos recortes las pensiones, desincentivo a la jubilación anticipada y sanciones a quienes se retiren antes de los 67 años, reestructuración de la banca, castigo a la morosidad de clientes y cambios en el banco central, y privatización de puertos y empresas públicas, entre otras.
La fatiga de los griegos luego de los sacrificios es evidente y el argumento para seguir en lo mismo por parte de sus socios no puede ser solo el de que la culpa es de los gobiernos que se eligieron en el pasado y que por ello se necesita la aceleración de las reformas, como condición para obtener los recursos del rescate financiero prometido, dejando en claro, con una dosis de soberbia, que los acreedores no van a renegociar el acuerdo firmado y que solo están dispuestos a hacer concesiones menores. Y quieren que el nuevo gobierno arranque cuanto antes para cumplir a rajatabla esa agenda de cambios exigidos.
Las promesas a los griegos no son muchas. Si hacen la dura tarea, habrá reestructuración de la deuda y capitalización de la banca y el BCE podrá comprar bonos griegos para darle liquidez al país. Por eso, se está extendiendo la idea de que los griegos no tienen otra opción a la de aceptar el apretón lo cual no será fácil y con seguridad generará un gran inconformismo social cuyas consecuencias concretas en el modelo de gobierno nadie puede prever.
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