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El año pasado fue especial para la historia económica, en medio de muchas dificultades hay un puñado de empresarios construyendo país, generando empleos y pagando impuestos
Desde hace 18 años, La República exalta la labor de un hombre del sector productivo que haya brillado en la actividad económica y merezca ser denominado Empresario del Año. Una distinción que se construye a partir del Índice de Menciones basado en los contenidos publicados a lo largo de 290 ediciones. Una vez se tiene el Índice, se filtran los datos por los contenidos inéditos que tengan que ver con su responsabilidad social, la apertura de nuevos negocios, la generación de empleo, la innovación, las movidas empresariales y el crecimiento nacional y regional.
En pocas palabras, son los empresarios, socios, accionistas y la alta gerencia, quienes hilvanan con sus decisiones la reputación y el buen ejercicio de las compañías y eso debe ser reconocido por la prensa económica que testifica en cada jornada la ardua labor del empresario en ambientes bien difíciles. Luego, esa lista corta de empresas y empresarios se entrega a una firma de estudios de mercados y opinión pública para que mediante una encuesta entre más de 600 empresarios se escoja el nombre del Empresario del Año. Así se viene haciendo durante casi dos décadas, pero el año pasado no fue fácil para nadie y hacer empresa se convirtió en una labor para hombres comprometidos con el país y su gente.
Hacer empresa en Colombia siempre ha sido más que un acto de buena fe. Las altas cargas tributarias, la inseguridad jurídica, los carteles que atentan contra el libre mercado, la tramitología, la corrupción, las obsoletas normas laborales, la mala infraestructura, las deficientes conexiones tecnológicas, además de la burocracia y los inherentes riesgos de seguridad, como la extorsión, secuestros y robos ordinarios, que completan el rosario de dificultades que tienen que invertir, generar empleo y pagar impuestos. Pero todos esos obstáculos “ordinarios”, se pueden multiplicar por cientos en las regiones, en la provincia, o como dicen los funcionarios, en los territorios, todos calificativos que hablan del centralismo reinante desde la óptica central.
Esta vez La República quiso exaltar a los empresarios que construyen país desde las regiones. Para tal efecto, se dividieron en seis zonas: Capital, Caribe, Antioquia, Santanderes, Pacífico y Cafetera. Se aplicó la misma metodología probada por varios años y se filtraron las empresas en esas zonas económicas, para que finalmente fueran los mismos empresarios quienes escogieran seis nombres.
Algunos son de renombre internacional, otros de conocimiento nacional y unos pocos de la esfera local, pero todos tienen en común que llevaron sus compañías y negocios a otro nivel, en un año en el que la economía decreció 6,8% y el desempleo llegó a tocar a más de cinco millones de colombianos. El ejercicio nos muestra una nueva manera de ver el país y reafirma la idea de que Colombia se construye con piezas locales y regionales y que no se puede hablar de una sola Colombia, sino de muchas regiones importantes, que sumadas superan la contribución de la Capital al PIB.
Todas las distinciones suelen ser chocantes porque se quisiera acertar en los que más lo merecen y conciliar distintas opiniones, pero nunca se logrará la plena satisfacción de todos los jugadores en una economía de mercado. No podemos dejar de repetir que es por el sector productivo que el país no se ha parado y que se merece mejores condiciones desde el marco institucional.
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