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Al proyecto de ley que impone más impuestos se le acaba el tiempo y nuevamente el país se ve enfrentado a un nuevo “parche” tributario sin esencia
A la nueva reforma tributaria que tramita el Congreso de la República con mensaje de urgencia se le acaba el tiempo y se convierte en el proyecto de ley de su tipo que más tarde se ha presentado en las comisiones económicas conjuntas. El gran problema radica en que la iniciativa gubernamental tiene fallas de origen que explican el calvario en que se ha convertido su recorrido por el legislativo. La iniciativa solo tiene cinco semanas para convertirse en una ley de la República que le tape una parte del gran hueco fiscal dejado por la anterior administración y que honre los compromisos de Colombia con la banca multilateral y las firmas calificadoras de riesgo, a través de la famosa regla fiscal que compromete al país a tener un déficit de 2,4% del PIB para el próximo año, una meta que se ve difícil de cumplir en un contexto convulsionado en lo local e internacional. Solo queda la primera semana de diciembre para radicar la ponencia y hacer los primeros debates en las comisiones; durante la segunda semana de diciembre debe estar debatiéndose en plenaria con todas las objeciones de la oposición a flor de piel; en la tercera semana de este diciembre -es decir entre el 17 y 21- se debe haber dado el segundo debate de cara al país, en medio de un agitado clima de protesta social, paralelo a la discusión del incremento del salario mínimo; para terminar en la última semana del año con las conciliaciones, la sanción presidencial y la publicación oficial. En pocas palabras es más una verdadera contrarreloj.
A esta situación se ha llegado por varias fallas de estrategia política y mediática que no se consideraron en su momento y que saltan como una suerte de “los 7 pecados capitales de la reforma tributaria”. Primero está la “pereza”, pues el proyecto se presentó muy tarde al Congreso. Debía haberse radicado el mismo 7 de agosto cuando la popularidad del Presidente estaba muy alta. El segundo pecado capital es la “gula”, pues quisieron gravar toda la canasta familiar, sin adquirir compromisos de ahorro en el Gobierno central. Además pusieron una mega-meta ($14 billones) que la hace parecer un Teletón. Hay un claro pecado de “ira” por parte de los congresistas, quienes han visto en la negociación de la reforma tributaria un objeto de venganza al haberles cerrado el grifo de la mermelada. Les dicen no a todas las propuestas, pero quieren imponer las suyas.
“Envidia”. Los ministros tienen su pecado capital porque no le han metido el hombro al proyecto, incluso lo han tratado de destruir con el argumento de que no les fue consultada antes de hacerse pública. Muchos miembros del gabinete no están convencidos y poco hacen para ayudar a la Dian y al Ministerio de Hacienda. Es pura “avaricia” ir inicialmente por $19 billones, cuando se necesitaban $14, todas esas cifras que se han ido desmontado con el paso de los días y que le restan seriedad a los estudios técnicos presupuestales. Obviamente, hay mucha “soberbia” por parte del ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, que no solo no ha salido a sensibilizar el tema con fluidez ante los empresarios, sino que ha tomado la causa tributaria como un reto con él mismo y su pequeño círculo. Y finalmente, está la “lujuria”: ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre, faltó lujuria. La reforma no sedujo a nadie y no se ve en el escenario a nadie quien la defienda, pues una cosa eran los primeros 87 artículos del proyecto inicial y otra muy distinta lo que se intenta aprobar a la carrera en plenas fiestas de fin de año.
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