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Para sus dos últimos años, el Presidente echa mano de activistas políticos, sin grandes títulos académicos, agitando el tema de la meritocracia y la tiranía de los expertos
Dos libros recomendados para abordar o analizar los movimientos de fichas que está haciendo el Gobierno Nacional para encarar la otra mitad de su administración.
El primero es ‘La tiranía del mérito’, de Michael Sandell, (Debate, 2019), y el segundo, ‘The tyranny of experts: economists, dictators, and the forgotten rights of the poor’, (Hachette, 2015), dicho en español, ‘La tiranía de los expertos’ de William Easterly.
El hilo conductor de los dos textos es acercarse a quién es el más indicado para ocupar un cargo o cómo se teje el camino al liderazgo, viaje en el que se sobredimensionan valores o se mitifican roles y funciones de personas, es decir, se enaltecen sus dimensiones en el hacer y ser, en este caso de un funcionario.
Una nota de Bloomberg plantea que “la apuesta de Gustavo Petro por transformar el modelo económico de Colombia ha provocado una crisis de personal, con un flujo de ministros del gabinete y tecnócratas que abandonan sus puestos en medio de enfrentamientos con el presidente”.
Al tiempo que alerta que “su popularidad está decayendo y está expulsando a funcionarios con muchos años de servicio en favor de leales, despojando a su gobierno de conocimientos y capacidad institucionales”.
En la última jugada ha nombrado en el también sobrevalorado DNP, la entidad que lleva décadas en franco descenso, a un político sindicalista regional sin méritos académicos, Alexander López, quien llega a un cargo de notables economistas locales, en un claro ejemplo de que el mérito no fue lo más tenido en cuenta y menos su capacidad académica o tecnocrática. Dice Easterly que “occidente siempre ha considerado que la pobreza es un problema técnico que puede ser solucionado por expertos, en lugar de atacar directamente su raíz: la falta de libertades políticas y económicas” y propone mayor funcionalismo en los planes de desarrollo económico de los países pobres.
Dice que la pobreza, el principal problema social colombiano, es responsabilidad del paternalismo del Banco Mundial, ONU o Usaid, entre otras instituciones, y que para erradicar la pobreza es necesario un cambio de rumbo hacia un desarrollo libre en el que los países se miren de igual a igual. Hipótesis que puede ser cierta, pero que falla cuando se lee “mirarse” como una campaña o alabanza de la inexistente o quimérica igualdad social; que es el aporte al análisis de Sandell, quien en sus textos plantea que “el primer problema de la meritocracia es que las oportunidades en realidad no son iguales para todos”.
No tiene más mérito un activista por ser sindicalista o de extracción social menos favorecida, que un académico por tener ensayos y diplomas de prestigiosas universidades; el punto son los resultados concretos y los avances que ha hecho cada uno de los líderes para resolver los problemas del país.
La gran amenaza que se cierne sobre entidades críticas para la institucionalidad colombiana es el saqueo y la destrucción de valor sin importarles el accionar de las entidades de control y vigilancia. Ganar unas elecciones no debe alentar “a que quienes tienen éxito crean que éste se debe a sus propios méritos y que, por tanto, merecen todas las recompensas que las sociedades de mercado otorgan a los ganadores”.
Ser elegidos popularmente para un lapso determinado obliga a actuar con más eficacia, y no se puede caer en una suma confrontación de tecnócratas o expertos contra activistas, cuando en la mitad esté el problema de la pobreza y de los presupuestos escasos.
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