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EDITORIAL

La ley de los incentivos y el Mundial

sábado, 23 de junio de 2018

El Mundial de Fútbol es un momento de cambio para el “deporte rey”, no solo por el VAR, sino por el pulso entre las copas de clubes y la de los países.

Editorial

El Mundial de Fútbol de Rusia ya liquidó su primera semana y desde ya se empiezan a identificar sus herencias. La primera tiene que ver con el gran nivel que han adquirido los equipos, otrora chicos, que le han jugado de tu a tu a las históricas grandes selecciones. En el Mundial no hay equipo pequeño y la evolución ha sido es evidente. Una segunda conclusión para ir construyendo en lo que resta del torneo es el mediocre desempeño de las grandes figuras, obviamente hay algunas excepciones que no han sido inferiores a las expectativas. Y hay un hilo conductor entre el protagonismo de los países chicos y el desempeño de las grandes figuras. Se trata de la ley de incentivos, esa palabra mágica que usan los economistas para explicar la motivación del comportamiento humano o de las mismas instituciones; es una suerte de combustible que hace mover las economías de mercado y una de las razones de que exista la oferta y la demanda o las empresas y los consumidores.

Los textos académicos definen incentivo como “el mecanismo que relaciona una recompensa o castigo a un determinado desempeño o conducta”. Los incentivos inducen comportamientos que funcionan evaluando costos y beneficios que se engranan en un sistema económico, y que a su vez, gira en torno al “homo economicus”, ese ser racional que maximiza esfuerzos para obtener mayores beneficios. Un concepto usado por los pioneros de la ciencia social de la economía -como Stuart Mill en el siglo XIX- para explicar el accionar humano en la sociedad moderna y que poco a poco se convierte en cultura; si no hay incentivo es muy difícil que un individuo se motive a ejecutar alguna acción, así sea en un deporte como el fútbol, que en principio es un entretenimiento.

Y por ahora, este Mundial de Rusia es el punto de quiebre de un fútbol marcado por el patriotismo, la pasión y el azar; a un fútbol en donde el error se reduce con el uso del video assistant referee, sumado a la evidente falta de incentivos que compensen a las grandes estrellas, quienes luego de derrotas en su selección nacional, evidencian que los partidos en las competiciones de grandes clubes -tipo Champions- van en detrimento de los partidos de las selecciones de sus países. Mientras los jugadores chicos y sin nombre dejan su máximo esfuerzo en la cancha para ir a jugar a grandes clubes, quienes juegan en las “ivy leagues” no están motivados, a pesar de que la ley de incentivos va desde los monetarios o financieros hasta los morales, pasando por los naturales y coercitivos. Todos pueden mezclarse en un jugador de fútbol, pero son los incentivos naturales los que determinan el liderazgo de un deportista que viste la camiseta marcada por la bandera de su país. No todo en el deporte puede ser recompensa económica, tampoco castigo por los errores; hay una suerte de valores invisibles que llegan a superar los incentivos de la economía, una característica que comparten los verdaderos líderes en las empresas y en los deportes. Hablamos de ese espíritu que reside en muy pocos, como Jonah Lomu, el histórico capitán de los All Blacks de Nueva Zelanda o el inglés Bobby Moore de Inglaterra en el Mundial de 1966. Si el mundo del fútbol está en plena metamórfosis y las copas de clubes desplazarán los mundial por incentivos, es el momento de repensar las motivaciones de los futbolistas, en donde nada es excluyente el dinero, el liderazgo y la representación de un país.

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