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Desarrollar el campo no deja de ser una labor titánica que debe lidiar con todos los males del país juntos: robos, violencia, extorsión, invasiones y desidia, ante la ceguedad estatal
Nada más miedoso que emprender alguna actividad empresarial en el campo colombiano. En el sector rural conviven todos los males de un país capturado por la delincuencia en todas sus facetas: el grueso de las denuncias ante los organismos de justicia y seguridad sobre robos, destrucción y atentados contra la propiedad privada se dan en los extramuros de los pueblos y ciudades. También es el epicentro de la violencia, las extorsiones y el secuestro, ante los ojos ciegos de las autoridades que deben garantizar el control y la vigilancia. Las propiedades rurales con toda su infraestructura de maquinaria y herramientas son vulneradas, destruidas y deterioradas como si fueran tierra de nadie.
Los asentamientos de invasores del espacio público en cualquiera de los 1.103 municipios de Colombia, siempre tienen en la mira un lote, una finca, una hacienda o una simple casa de recreo. Cuando se habla de las oportunidades que brinda el sector rural colombiano, por lo general, se hace desde la comodidad de las ciudades sin conocimiento real del terreno y las circunstancias sociales y culturales de cada sector rural de los pueblos y ciudades. El mayor problema es que la inseguridad rural está enquistada en muchos rincones del país, en la mayoría de los casos amparada por las mismas autoridades que se acostumbraron a los robos, la extorsión, la violencia y a un aire de miedo que siempre se respira a la hora de hacer empresa en el campo. Y si a ese crudo diagnóstico se le suma la falta de infraestructura en todas sus dimensiones, las tan mencionadas “oportunidades” no pueden perder las comillas. La mayoría de las carreteras son malas, el servicio de teléfonos celulares es deficiente, hay poca o nula cobertura de internet, las clínicas y hospitales de buen nivel son distantes y los servicios públicos de energía y agua intermitentes.
Lo más loable de todo ese inventario de malas cosas es que aún así hay un puñado de empresarios, emprendedores, campesinos e idealistas que apuestan porque el campo no es una quimera. Incluso, según datos de la Ocde, Colombia es el país miembro con más jóvenes en el sector rural, en comparación de los otros países del club de las buenas prácticas que simplemente han visto cómo los menores de 30 años se han ido para las grandes ciudades o han decidió emigrar, incluso a laborar las mismas cosas que podían hacer en sus países. Nuestra publicación, Agronegocios, ha distinguido a los desarrolladores del agro como un gesto de resaltar a esos titanes que aún creen que Colombia puede ser una despensa del mundo y que la producción agropecuaria, que no alcanza ni 10% del PIB, pueda en el futuro ser el pilar de la economía.
Bien por ellos y bien por esta distinción que construye país y le apuesta a las buenas ideas. No sobra reclamar al Gobierno Nacional, a los organismos de control, vigilancia y seguridad que debe haber un plan maestro para que más hombres y mujeres jóvenes del sector productivo se vuelquen con proyectos productivos en las zonas rurales del país, pero para que ellos vayan y sean transformadores del campo, al menos deben contar con una seguridad mínima y con unas instituciones que les garanticen que pagar impuestos, generar empleo en el sector rural vale la pena. Se debe acabar con el miedo al campo y para conseguir ese anhelo debe ser el Estado quien brinde unos mínimos de tranquilidad.
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