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La Cámara de Representantes, al igual que el senado, siguen siendo instituciones en deuda. hasta cuándo tolerar su desprestigio
En Colombia a nadie la importa el desprestigio de su Congreso, mucho menos el de los representantes a la Cámara. Todos tenemos que padecer el triste espectáculo que nos brinda una de las instituciones más necesarias para la democracia en cualquier país. La casi nula preparación de los representantes, el ausentismo, el nepotismo, las componendas, la politiquería y los muchos casos de corrupción, a nadie le interesan; es como si se aplicara a raja tabla el adagio popular que reza que problema que no tiene solución deja de ser problema; es como si todos los colombianos nos hubiéramos resignado a que la Cámara de Representantes sea un ejemplo fehaciente del desgreño que viven muchas de las regiones y el desamparo por parte de la instituciones. Nadie le pasa la cuenta de cobro a los representantes, quienes muchos pasarán al Senado en las próximas elecciones de marzo y otros volverán a su curúl, sin que nadie los evalúe y no haya una institución de control y vigilancia que los pongo en orden, al menos que cumplan con lo ordenado por la Constitución Nacional.
El pasado 20 de julio cuando cumplieron un aniversario de haber sido elegidos, no se pudieron poner de acuerdo sobre los cuadros directivos, incluso aparecieron más votos de los legales. Una de las elecciones de cargos debió aplazarse para el próximo martes 24 de julio, por el caos que se presentó. Los históricos de la Cámara decidieron organizar una sola votación en donde nombraran presidente, primer vicepresidente y segundo vicepresidente. Pero para la segunda vicepresidencia nadie se pudo poner de acuerdo en los nombres de los corporados directivos y brillaron los delfines de políticos tradicionales para hacerse elegir contra viento y marea generando una situación no extraña en la Cámara de Representantes, hechos que desdicen de la política nacional y pone en tela de juicio su papel en la democracia.
No podemos olvidar que en la Cámara de Representantes -Título VI de la Constitución Política y Ley 5 de 1992- pesan funciones legislativas, electorales, judiciales, protocolarias y de control político. Lo más penoso de estos episodios ya tradicionales en nuestra cultura política, es que de sus 165 representantes, 161 son elegidos por circunscripción territorial por Bogotá y cuatro por circunscripciones especiales, tales como afrodescendientes, indígenas y colombianos en el exterior, generándose un desamparo de muchos intereses minoritarios, en pocas palabras: a las regiones y las minorías no hay nadie calificado para defenderlas en el Congreso, solo un montón de políticos mañosos que desdicen de una corporación vital para la representación de la valiosa provincia, en donde residen todos los problemas que mantienen al país sumido en el subdesarrollo.
Los representantes tiene la capacidad de ejercer la función de vigilancia sobre las acciones u omisiones que los funcionarios del Estado, especialmente los ministros, a través de las citaciones, un mecanismo de control político mal utilizado que no se maneja para indagar sobre el ejercicio ministerial, sino que se usa para hacer política sin sentido. Una de las reformas constitucionales más importantes que tiene el país (al lado de la pensional o la de las regalías) es repensar el papel y la conformación de la Cámara, todo en función de las necesidades de las regiones. El momento que vive la economía, el país político y las necesidades sociales de inversión y de atención a las minorías, obligan a pensar en el futuro de una corporación como la Cámara que siempre ha pasado agachada en la solución de los problemas de su resorte.
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