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La inflación es uno de los fenómenos de la economía más complejos, y la heredada de la pandemia sigue presente de alguna manera, quizá los economistas deben cambiar de fórmula
Un mito muy popular es creer que cuando se controla una plaga de cucarachas con fungicidas, con el paso del tiempo, estos se convierten en placebo, pues los insectos desarrollan una suerte de inmunidad. Desmentirlo o verificarlo es materia de la biología, pero creer que la inflación en la economía se ha vuelto inmune a la subida de tasas, es algo muy estudiado que parece ser verdadero.
Que las cucarachas se vuelvan resistentes a los insecticidas tiene sentido en mutaciones generativas asociadas al aumento de las temperaturas y la humedad en sus entornos; lo mismo ocurre con la variación de los precios por estos días en varios mercados. De lejos, la inflación es el problema más complicado de manejar en la economía, dado que hay miles de precios comprometidos en la formación del costo de un producto o un servicio.
Y en cada país el asunto es distinto: el Índice de Precios al Consumidor agrupa varios factores como la inflación externa, la devaluación de la moneda, los factores de producción internos, la inflación inercial de meses anteriores, las expectativas de precios al futuro, la presión de las alzas salariales, y lo que no es menor, los márgenes de las empresas y hasta la productividad laboral.
Son muchas las cosas que explican por qué hoy la inflación es como una cucaracha que se niega a abandonar el planeta, luego de miles de millones de fumigadas. La inflación es controlada, más no evacuada a raíz. La pandemia les dejó a los diferentes países una suerte de inflación estructural que hoy tiene entre la espada y la pared a muchos bancos centrales, encargados de controlarla y de mantener el poder adquisitivo de las monedas.
La inflación es un hueso muy duro de roer, si se mira con la lente de las decisiones de los bancos emisores y las expectativas en la reducción de las tasas de interés. La inflación afecta todo: los precios, la demanda, la oferta y el empleo. Es un grave error dejar que la inflación vuelva a resucitar en Colombia, país al que la variación de los precios al alza le ha costado más que a sus pares en el vecindario.
A la Junta del Banco de la República le ha costado más hacer que los precios bajen; algunas veces es el transporte, otra los alimentos, en la mayoría de las ocasiones son los servicios públicos, etc., una tarea bien complicada, más sentida en el país en donde la variación de precios tiene ciclos muy largos y resurrecciones inesperadas.
Los últimos datos mensuales de la inflación han sido: 0,59%, 0,43% y 0,32%, en abril, mayo y junio, respectivamente; el dato de julio es determinante para analizar si el 4,12% del año corrido se va a estancar o resucitará como un jinete del Apocalipsis. El dato de la inflación anualizada es muy alto, 7,18%, al cerrar el primer semestre debería estar en menos de 6% para terminar el año dentro de las proyecciones históricas de un piso de 2% y un techo de 4%, cifras que no se van a cumplir.
El paso de la inflación por los bienes de consumo es una fotografía lapidaria que muestra cómo los precios no han hecho más que subir en la mayoría de los casos. Si las autoridades económicas quieren hacer bien su trabajo y mejorar las cifras fundamentales, no se puede dejar que la inflación suba, pues jamás los salarios harán lo mismo; controlar la inflación es una tarea mancomunada entre empresarios, gobierno y Emisor.
Solo hay que mirar el caso de Venezuela y Argentina para que nuestra inflación no se convierta en una cucaracha resistente a cualquier insecticida.
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