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El viejo anhelo de que Colombia logre aprovechar su riqueza y se convierta en una de las despensas del mundo, parece ser ahora un imperativo clave para las políticas públicas
Los altos precios que registran los alimentos llegaron para quedarse por varias razones invisibles a los ojos de los consumidores: Primero, la gran demanda en países emergentes que no cuentan con sistemas masivos y tecnológicos de producción alimentaria; el surgimiento de poderosos fondos de inversión centrados en la agricultura y la gestión del agua; y el papel de los inversionistas en la transición hacia modelos agroalimentarios más sostenibles, rentables y basados en economías de escala que arrollan la competencia rústica o subdesarrollada.
En pocas palabras, producir alimentos será en el futuro un gran negocio reservado para especialistas y estará destinado a grandes multinacionales con músculos financieros, tecnológicos y acceso a mercados, será un doloroso adiós a la agricultura del “pan coger” que sobrevive de los subsidios estatales a la poca innovación, la baja competitividad, la escasa productividad y a la mala calidad, pero sobre todo, nada respetuosa del ambiente.
Casi todos los países se transforma y caminan a pasos acelerados hacia grandes metrópolis que no solo demanda millones de toneladas de alimentos sanos, bien producidos y sostenibles, sino que abandonan la ruralidad pobre, sacando mano de obra del campo para las ciudades.
En este proceso, el campo está siendo ahora colonizado por las nuevas tecnologías de producción globales, fondos de inversión, que logran que una simple naranja se produzca de manera ambientalmente sostenible y llegue a cualquier rincón del mundo. La agricultura de precisión, las novísimas técnicas de control fitosanitario, la producción verde, son mantras en los protocolos de los nuevos emprendedores del campo, quienes están logrado que una papa de los Países Bajos sea de mejor calidad y más barata que una producida en las regiones de Boyacá, Cauca o Nariño.
Alimentar al mundo es un gran negocio y Colombia debe meterse en esa tendencia desarrollando de una vez por todas al sector agropecuario, pero para lograr ese anhelo histórico de convertirse en una de las despensas del mundo, debe dejar la visión romántica del campesino productor sufrido y transformarlo en exitoso emprendedor global en donde la asociatividad, las tecnologías de punta, la economía sostenible y el respeto ambiental sean sus características para competir. Hay nuevos fondos centrados en la agricultura y la gestión del agua que van a llegar a Colombia o serán creados localmente y serán los transformadores del agro, una tendencia que no se debe menospreciar aferrándose a viejas prácticas.
Es increíble que Colombia siga siendo importador de productos de primera necesidad como el maíz, las lentejas o los ajos, peor aún, que cada vez más lleguen frutas más baratas de otros países y que la producción de leche y arroz, entre otros, tengan que ser protegidos por poco competitivos. El sector agropecuario necesita de un revolcón enorme que va desde optimizar los fondos parafiscales, hasta lograr una nueva formación de sus actores, un proceso que tardará varias décadas para poder sobrevivir, pues los consumidores serán cada vez más exigentes en los procesos de producción, que deben ser más baratos, respetuosos del agua y ecosostenibles, exigirán carnes, verduras y frutas buenas y baratas, sin importar de dónde proviene la canasta de compras. Ojalá sea un tema para los candidatos.
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