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Ya son tres lustros de una jornada que debe evolucionar hacia nuevas propuestas de civilidad en Bogotá
¿Qué es el día sin carro? Un día de trabajo en la casa, un día festivo, un alivio para el ambiente, una jornada de cero contaminación, el día en que somos más productivos, el día del taxista, el día del almuerzo largo, el día de las maldiciones... Las respuestas son diversas dependiendo de quien las dé, pero más allá de las críticas viscerales que se lanzan desde los medios de comunicación masivos desde su establecimiento, es una jornada que dejó, deja y dejará muchas enseñanzas para una ciudad de casi 10 millones de habitantes que tiene que aprender a tener calidad de vida. Se añora la ciudad de Mockus que les enseñó a los bogotanos a atravesar la calle por las cebras; la ciudad de Peñalosa que dejó emblemáticos parques bibliotecas, y vivimos la ciudad de Petro que ha tenido tres grandes aportes, muy a pesar de sus críticos: el fin del contraflujo en la Séptima de norte a sur en horas pico; el carril dedicado a buses y ciclistas por la Séptima y la peatonalización de la misma vía en el centro de la Capital.
Lo anterior obliga a rediseñar el día del sin carro, una jornada que se ha hecho cultural, tradicional, necesaria y que los bogotanos se han apropiado de ella. Tiene fallas por la crónica carencia de un sistema eficiente de transporte digno como debe ser el anhelado metro y por la displicencia, arrogancia e ignorancia de quienes creen que los vehículos particulares son la única salida al transporte urbano. Hace 15 años cuando empezó la jornada no había el desarrollo de hoy en las nuevas tecnologías, ni se había avanzado en el modo de vida saludable que representa caminar, montar en bicicleta o teletrabajar. Hoy no solo los celulares son inteligentes y te pueden conectar desde cualquier lugar; el internet supera cualquier reunión en físico y la gente cuida su deporte rutinario. Todos esos nuevos elementos hacen que el día del sin carro nos obligue a pensar nuevas formas de vida y de conexión vibrante con su ciudad. No todo pueden ser críticas enfermizas a la falta de vías, parqueaderos, autopistas y a los huecos que abundan, también deben haber aportes cívicos como poder trabajar con calidad de vida. No hemos podido salir de la cultura esclava que exige políticas públicas en función de los carros.
Los empresarios han asimilado que en muchos sectores de la producción el teletrabajo es más eficiente que el presencial y esa es una pista para muchas compañías que deben empezar a probarlo. O por qué no proponer un régimen de exenciones a las empresas que faciliten el uso de sistemas sanos o masivos de transporte para sus trabajadores. No todo puede solucionarse desde la óptica de quienes se desplazan por las calles en sus camionetas blindadas con escoltas como si esa fuera la única solución de movilidad. La ciudad debe caminar hacia la calidad de vida y el día sin carro es un camino.
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