Destruir no debe ser un sinónimo de cambiar

La palabra cambio y el verbo cambiar se han convertido en el mantra para el actual Gobierno Nacional y eso está bien, quizá por eso fue elegido por la mayoría de los colombianos en las urnas el pasado 19 de junio, pero cambiar por cambiar no funciona en un país que claramente ha avanzado en muchos frentes, menos aún pretender destruir lo construído con mucho esfuerzo e inversión, porque se debe cambiar.

Las pensiones se pagan oportunamente por Colpensiones y los fondos privados, las empresas promotoras de salud, tanto las del régimen contributivo como el solidario, se han ido decantando y hacen que el sistema sanitario colombiano funcione de la mejor manera; la educación se lleva el grueso del presupuesto; los sistemas de transporte masivo basados en buses han organizado la movilidad en las grandes capitales y las minorías indígenas tienen una tercera parte del territorio para solo unas tres millones de personas, una suerte de reforma agraria que aún no pone a producir la tierra.

Eso no quiere decir que se necesiten ajustes estructurales como hacer que verdaderamente los fondos privados de pensiones puedan competir con el fondo público en las mismas condiciones, sin subsidios de por medio, para que las personas puedan decidir cuándo, con cuánto y cómo jubilarse, sin esclavizarse durante 30 ó 35 años ante un Estado que le administre sus ahorros.

Lo mismo ocurre con la salud. Millones de colombianos no usan las EPS y aportan mensualmente para que el sistema solidario funcione, tienen que mejorar en la eficiencia y cobertura en todos los rincones del país, pero plantear caprichosamente su destrucción total es irracional.

Lo mismo se aplica para los llamados transmilenios en todas las ciudades, claro que mejor sería que hubiese sistemas de metros subterráneos en las grandes capitales colombianas, pero son muy caros, no hay el dinero y la ingeniería colombiana ha demostrado su incapacidad para estar a la altura de este tipo de proyectos.

Ahora lo único que falta es que a los gobernantes de turno se les ocurra que Satena, la aerolínea pública manejada por la Fuerza Aérea Colombiana, deba remplazar a Viva o a Avianca, nacionalizando la operación aérea, como ocurre con el mal ejemplo de Argentina con su ineficiente Aerolíneas Argentinas.

Es mentira que en Colombia la educación sea un privilegio, el grueso del presupuesto en educación se va para la universidad pública sin mayores filtros y sin que los organismos de control puedan auscultar sus gastos de dinero público; ciertamente, dos o tres son grandes e importantes universidades de talla mundial, pero la inmensa mayoría caen en la politización y corrupción.

No existe un mandato de cambio que signifique destruir el camino andado; cambiar no es destruir, es edificar sobre lo construido. Y cuando se habla de una reforma agraria, por qué el Gobierno Nacional no comienza por entregar a indígenas o campesinos las tierras incautadas a los delincuentes, pero para que produzcan y en un momento más adelante paguen los mismos impuestos que los demás colombianos.

Es un hecho que se empieza a percibir con un fuerte aroma, y es cambiar por cambiar, edificar el sector público como un gran papá benefactor del que dependan todos por los subsidios, lo que sería una suerte de compra de votos para ser imbatibles en todas las elecciones.