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La política española vive de paradoja en paradoja: mientras sus autoridades centrales lograron, luego de varias décadas de actividad terrorista, desmontar a ETA (Euskadi ta Askatasuna), que buscaba una independencia del País Vasco, los independentistas de Cataluña quieren afanosamente a través del voto popular empezar un camino más allá de la autonomía y profundizar su independencia. Para lograrlo realizarán, contra la voluntad de las autoridades centrales españolas y los conservadores de su región, un referendo que demuestra que las mayorías de su país optan por seguir sin ataduras de la vieja España.
Una difícil situación para la política española que atraviesa una crisis sin precedentes y que pone al país al borde de una reforma constitucional que vaya más allá de las autonomías que funcionan muy bien en el centro y sur de la península ibérica, pero que tiene serios reparos en la frontera norte con Europa. Cataluña tiene unos siete millones de habitantes, concentrados en su capital Barcelona, y sus poblaciones vecinas. Tiene un PIB de US$234.000 millones; 7,2 millones de habitantes; 32.000 kilómetros cuadrados; tiene uno de los ingresos per cápita más altos del mundo; su economía, sin el resto de España, sería del tamaño de la peruana y su renta individual como la de los chilenos. Cosas que tendrían sentido pues en Europa hay muchos más ejemplos de países más pequeños que la misma Cataluña que son viables. Por ejemplo Dinamarca tiene 43.000 kilómetros cuadrados, población de 5,5 millones y PIB de US$306.000 millones; Eslovaquia 49.000 kilómetros cuadrados, 5,5 millones de habitantes y US$89.000 millones de PIB. El tema no es de sobrevivencia, es cuestión de política.
Más allá de lo político y el sentido nacionalista español o catalán, el punto es para dónde van las grandes aglomeraciones modernas en pleno siglo XXI. El mundo camina hacia modelos de países muy pequeños, pero altamente eficientes como son Singapur o Mónaco, que han encontrado una manera de ser más visibles que países con muchos kilómetros, pero que no logra llegar con bienestar y progreso a sus rincones. El concepto de ciudades-estados no es nuevo, data de la antigua Grecia, incluso hay quienes defienden que esta noción de organización geopolítica se halla en Mesopotamia. La discusión sobre si Cataluña se separa de España, Escocia de Gran Bretaña o California de Estados Unidos no es nueva y siempre estará en los asuntos estratégicos de los países, el punto es qué condiciones de competitividad hace que las ciudades progresen más sin depender de las políticas centralistas que han dominado la mayoría de los países desde la Primera Guerra Mundial. No es una discusión simple ni calmada desde el punto de vista político, pues el poder de los ejércitos siempre estará presente en las mesas de negociación, incluso poderes semi blandos como el mercado interno, los impuestos, los tratados de libre comercio, los grupos de países y los aliados fuertes. Poco a poco se empieza a confeccionar el nuevo mapa del mundo en donde los grandes territorios casi feudales, organizados por sátrapas, tienen a desaparecer y emergen las ciudades autodeterminadas o las regiones dominadas por grandes corporaciones que suplen los gobiernos. Lo que hoy pasa con Cataluña será constante en la medida en que la brecha entre la ciudad y la ruralidad se acentúen. Quizá haya empezado el nacimiento de una nueva ciudad Estado, Barcelona.
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