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Casi todos los países del mundo acordaron dejar atrás los combustibles fósiles a quienes culpabilizaron de buena parte de las emisiones y el desgaste del planeta, pero, ¿lo lograrán?
Un “canto a la bandera” es una expresión popular que se usa cuando se dice o se hace algo de cara al público, pero que en la realidad, solo se queda en un simple gesto sin consecuencias prácticas. Un buen sinónimo puede ser “es una hipocresía”.
El cuento viene a colación porque en Dubái, casi todos los países del mundo, 200 en total, acordaron una hoja de ruta para dejar atrás los combustibles fósiles, culpables de gran parte de las emisiones contaminantes y el desgaste natural del Planeta.
La buena intención de los firmantes es que de aquí a 2050, un espectro de 25 años más o menos, empiece una transición “equitativa y ordenada”, que asegure una “Tierra futura con más garantías de supervivencia”.
Se define como energías fósiles los hidrocarburos resultado de la combustión de restos vegetales y otros organismos vivos descompuestos y alojados en el subsuelo. El proceso es simple y viene ejecutándose desde hace más de un siglo, los combustibles fósiles se queman y liberan dióxido de carbono más otros gases de efecto invernadero que encapsulan el calor en la atmósfera, un factor responsable del calentamiento y cambio climático.
Al terminar, la Cumbre del Clima de Dubái y llegar a un acuerdo estructural por parte de los países asistentes, no puede perderse de vista que esta buena intención está presente en las discusiones globales desde hace 30 años en la Cumbre de Río, cuando se puso el foco en un mundo posterior a los combustibles fósiles.
Lo más importante es que el acuerdo habla de “triplicar las energías renovables, duplicar la eficiencia energética, reducir progresivamente el carbón, detener y revertir la deforestación y rebajar emisiones de gases de efecto invernadero, todo esto antes de 2030.
Una hoja de ruta de buenas intenciones pactada en una de las capitales globales del mundo petrolero como es Dubái. Contradictorio por cierto, porque los mismos países petroleros no han tenido compromiso real con una transición inmediata. ¿Qué va a pasar con los países que hoy tienen sus modelos económicos basados en el petróleo? ¿Qué alternativas tienen las industrias desarrolladas a partir de la generación de energía fósil? ¿Qué pasará con los países subdesarrollados (Ecuador, Venezuela Colombia, Guyana, entre otros) que tienen puestas las esperanzas en la larga muerte del petróleo?
El mundo desarrollado aún no tiene respuestas, lo que obliga a los mandatarios nacionales, locales y regionales que haya una transición energética real en Colombia, más glocalizada que brinde soluciones.
Puede haber un hilo conductor entre Santos, Duque y Petro, y es la gran sensibilidad de sus gobiernos en torno a la sostenibilidad, la transición y su preocupación por el calentamiento global, pero los avances en la materia no son elocuentes en Colombia, porque el petróleo sigue siendo la espina dorsal de la economía y casi 19 millones de pobres necesitan de inversión social que solo la garantiza el petróleo.
En Dubái estuvieron todos, desde el Presidente actual, hasta los alcaldes salientes y entrantes de Bogotá, pero aplicar los compromisos adquiridos aún no sale de las presentaciones de salón. Más que buenas intenciones, palabrería y cantos a la bandera, se necesita que la transición esté acompañada de avances reales en la diversificación de exportaciones y la sustitución de ingresos provenientes de las actividades extractivas. Aún falta mucho.
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