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ANALISTAS

Gallardía en la negociación

sábado, 8 de septiembre de 2012
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Todos los colombianos, sin distingo de credo, tendencia política o posición social, estamos a favor de que se llegue al fin del conflicto armado y que acabemos la pesadilla de la guerra pasando al sueño de la paz anunciada por el Gobierno.

El presidente Juan Manuel Santos avivó la llama de la esperanza nuevamente, cuando dijo que personalmente se responsabilizará del proceso de paz con las Farc, con base en el “acuerdo marco para terminar la violencia entre hijos de una misma nación”.

Santos podría ser el tigre para acabar con la violencia. Mostró gallardía cuando reconoció que las bases de su posible acuerdo con la guerrilla fueron establecidas en los dos gobiernos del presidente Álvaro Uribe y su antecesor, Andrés Pastrana.

Con base en estas experiencias, el Presidente cuenta con la sabiduría para evitar errores. Y esperamos que los líderes guerrilleros estén en el mismo tono para que la palabra empeñada se cumpla. De lo contrario, arrastrarían su ya desgastada imagen internacional.

El llamado “Acuerdo general para la terminación del conflicto” puede funcionar si se maneja con discreción, sin que pase por los micrófonos de los medios de comunicación, pero ante todo si es cierto que por fin contamos con la voluntad de una guerrilla cansada y medio agotada por un conflicto de más de 50 años.

En todos estos años, han sido tantos los muertos entre el ejército, la sociedad civil y los mismos guerrilleros, que sería imposible valorar el talento humano y las vidas que nuestra economía y la sociedad han perdido por las balas.

Solo si funciona la hoja de ruta del acuerdo de cinco puntos, Colombia podría invertir a educación y salud los US$7.000 millones al año que destina en gasto militar. Además de que se acabaría con la triste historia de que los padres están enterrando a sus hijos caídos por la violencia.

El concurso de países como Cuba y Noruega, desde febrero de 2012 ha sido decisivo y seguirá siéndolo. Pero para que esa ayuda se mantenga se requiere gallardía en el proceso de paz, para que al final del túnel haya luz para salir de esta amarga noche de violencia.

Nos deja algo de resquemor el hecho de que en estas conversaciones preliminares no se haya logrado un cese al fuego, porque quiere decir que la sociedad civil seguirá corriendo peligro. Por eso urge que el proceso finalice.

Sin embargo, confiamos en que el presidente Santos tenga claro hasta dónde puede llegar en su ambición de ser el “hacedor de la paz”, y tener en cuenta que sin avances habrá un punto para decir no más. Retirar sus asesores y consejeros de la mesa de diálogo.

Colombia ostenta el deshonroso lugar de enfrentar la guerrillera más antigua, desde 1964, por eso ahora es doble la ambición de llegar a un acuerdo definitivo en apenas meses.

En octubre próximo, Oslo y La Habana serán la meca de la esquiva paz  y si es cierto que la guerrilla asistirá “sin rencores ni arrogancias”, hay chance de que todos ganemos.

La idea es que no suframos el mismo desengaño de los diálogos de La Uribe, Tlaxcala, o el Caguán cuando empiece en firma la discusión sobre la distribución de tierras, la participación política, las drogas, las víctimas y el fin del conflicto.

La suerte está echada, la palabra empeñada y todo indica que puede haber una solución pronta al conflicto. Suerte para todos nosotros.

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